3 de enero de 1917
Querido padre:
Me gustaría que
leyera estas líneas que le escribo, aunque sé que no quiere volver a verme. No
le reprocho su actitud pues comprendo muy bien la decepción que sufrió cuando
vine al mundo, arrebatándole a su amada esposa. Tendría que ser ella la que
viviera aún y no un monstruo, un fenómeno de la naturaleza como yo. Sin
embargo, mientras le escribo me hago la ilusión de que quizá se interese un
poco por mi. Si es así, le ruego que me ayude a encontrar otro trabajo. Estoy
dispuesto a hacer lo que sea, por duro que resulte, con tal de no sufrir ni un
minuto más la humillación que supone exhibirme en esa caseta de feria. Todos
los días tengo que desnudarme y permitir que toda esa gente me mire e incluso
me toque y, peor aún, oír sus
comentarios groseros y sus risas…
27 de marzo de 1917
Querido padre:
Le escribo de nuevo
para darle buenas noticias, aunque probablemente eso no le importe en absoluto.
El caso es que hace una semana, asistió a mi exhibición un prestigioso médico
y, al parecer, quedó fascinado por mi caso. Así que, me ha buscado un alojamiento
y paga todos mis gastos; a cambio, sólo
me ha hecho unas cuantas fotografías para su archivo médico…
8 de abril de 1917
Querido padre:
Las cosas no están
tan bien como antes. El doctor ha comenzado a realizar experimentos conmigo,
algunos de los cuales resultan muy dolorosos. Además, trae consigo a numerosos
estudiantes para que me examinen y, hablan
de mi y me tocan, como si yo fuera uno de los cadáveres con los que aprenden su
oficio…
19 de junio de 1917
Querido padre:
He dejado al doctor
y ahora estoy trabajando en una taberna. Ya sabe que, a pesar de mi terrible secreto, siempre me he sentido un hombre.
Sin embargo, he tenido que hacerme pasar por mujer para conseguir este empleo.
De momento, no puedo quejarme, aunque tengo que aguantar los pellizcos, los
chistes groseros y demás prerrogativas de los clientes, con una sonrisa en los
labios…
5 de noviembre de 1917
Querido padre:
De nuevo me
encuentro en la calle. La semana pasada, uno de los clientes me obligó a
acompañarle a su habitación y, cuando descubrió mi secreto, me rajó la cara y
me dio una paliza. El tabernero me echó a mi la culpa, por hacerme pasar por lo
que no soy, y me despidió. Pero, por favor, no tema que vaya a su casa a
importunarle, a suplicar su ayuda. Si le he escrito contándole mi situación, ha
sido sólo para desahogarme, sin esperar nada de usted…
28 de febrero de 1918
Querido padre:
Ésta es la última
carta que le escribiré, pues estoy muriéndome. Me han acogido en el hospital de
beneficencia y me han prometido que se la entregarán. No es mi intención que se
sienta culpable, ni quiero echarle nada en cara, simplemente quería despedirme
de usted, porque, al fin y al cabo, es mi padre y yo, por más que le pese, soy
su hijo. Espero que, con mi desaparición, encuentre el sosiego.
Su hijo que le
quiere,
Gabi
Con sus manos
arrugadas, cogió el fajo de cartas que había estado leyendo y lo arrojó a la
chimenea. Durante un momento, observó los papeles consumiéndose entre las
llamas, después tomó la pistola, la apoyó en su sien y cerrando lentamente los
ojos, disparó. La cabeza golpeó violentamente contra la mesa y la mano se
crispó, arrugando la fotografía que sostenía. La foto de un niño de ojos
grandes y luminosos que sonreía.
Duro Minu, pero aun asi, con todo lo doloroso que me parecen esas cartas, el final es perfecto.
ResponderEliminarGracias, Victoria. Me alegra que te parezca bien el final. Besoss.
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