martes, 24 de diciembre de 2013

ADESTE FIDELES



Había comenzado a nevar de nuevo, con unos copos gruesos que parecían caer a cámara lenta así que, hundí las manos en los bolsillos, para calentármelas con las castañas asadas que acababa de comprar e intenté correr sobre el blanco manto que cubría las calles. Después de dos o tres resbalones tuve que frenar el paso, aunque sabía que llegaba tarde al ensayo del coro y los últimos metros que me separaban de la puerta del local donde ensayábamos los hice patinando sobre los adoquines helados.

          Abrí la puerta y me coloqué en mi sitio sin hacer ruido pues ya habían comenzado a cantar un villancico. “Pero mira como beben los peces…” . Este me lo sabía muy bien así que mientras cantaba con los demás, dejé volar la imaginación y me vi, como tantas otras veces había imaginado, como la solista del coro, elevando mi hermosa voz hasta alcanzar agudos imposibles. Sin embargo, pronto volví a poner los pies sobre la tierra, recordando que mi voz era más bien mediocre y que jamás llegaría a ser solista e intenté concentrarme de nuevo en el villancico, pues al día siguiente, después de la misa de Navidad, íbamos a cantar en la catedral.

          La mañana de Navidad amaneció fría y nublada, pero yo estaba radiante mientras me probaba la túnica que nos habían dado para el concierto. Era de seda, larga hasta los pies y de un brillante color blanco, con un cordoncillo dorado que bordeaba el cuello y las mangas. Luego nos dirigimos todos juntos a la catedral y nos colocamos junto al órgano esperando que llegara el momento de nuestra actuación.

          La catedral estaba abarrotada de gente y, en los primeros bancos, pude distinguir a mi familia y a numerosos amigos, antes de que empezáramos el primer villancico. Cantamos muchos villancicos y canciones navideñas, a veces acompañados por las personas que nos escuchaban, y, por fin, comenzamos el “Adeste fideles”, mi favorito.

          En ese momento, los rayos del sol iluminaron las vidrieras de la catedral, inundándolo todo de color: el suelo, las columnas y las túnicas blancas de mis compañeros. Nuestras voces resonaban en la alta bóveda y la conjunción de música y color me pareció lo más hermoso que había visto nunca. Me invadió un inmensa alegría y sentí agradecimiento por poder estar allí participando de esa maravilla y, de pronto, sin darme cuenta comencé a cantar más y más alto y  mi voz era clara y hermosa como el agua fluyendo de una fuente cristalina. Después de un momento, mis compañeros se callaron y sólo yo continué cantando con esa voz que no era mía.

          Y cuando terminé, todos se levantaron y me aplaudieron y mis compañeros del coro, se volvieron hacia mí y también me aplaudieron sonriendo. Yo me sentí completamente feliz y aunque, en esos instantes supe que jamás volvería a cantar así, nunca podré olvidar esa Navidad. La Navidad en la que un ángel me prestó su voz.

2 comentarios:

  1. Hola, Minu. Muy bonita la imagen que describes y la idea de recibir, aunque sea sólo una vez, tan especial regalo de un ángel.
    Besos

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    1. Hola, Ana. Gracias por venir siempre a comentar. Besosss.

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