miércoles, 11 de diciembre de 2013

AMORES PROHIBIDOS


 

La luz de la luna bañaba el estanque haciendo brillar los cabellos plateados de la ninfa del agua.

—¿Por qué quieres abandonarme? —susurró alargando la mano para acariciar el rostro del joven sentado junto a la orilla—. ¿Ya no me amas?

—Te amo más que a nada en este mundo –contestó él bajando la cabeza para ocultar una lágrima que rodaba por su mejilla—. Pero nuestro amor es imposible, Saelia.

— No digas eso —exclamó la hermosa ninfa sujetándole con fuerza de la mano—. Si tú me amas, nada podrá separarnos.

— No, amada mía —negó el joven con pesar—. Yo no soy el que crees y tengo que marcharme antes de que sufras más daño.

El joven de cabellos oscuros como la noche se levantó y se perdió entre los árboles antes de que Saelia pudiera pronunciar ninguna palabra para detenerlo.

Esa misma noche, la ninfa se alejó de su estanque y comenzó a recorrer el mundo buscando al joven de negros cabellos del que ni siquiera sabía el nombre. Y por donde quiera que caminara, la tierra yerma florecía a su paso y bajo sus pies brotaban manantiales de las más puras aguas.

En todas las aldeas preguntaba por su amado pero nadie lo había visto y ella seguía su camino a través de desiertos, de montañas y valles. Y la gente comenzó a llamarla la hechicera de las aguas pues tras sus huellas corrían arroyuelos que regaban la sedienta tierra cultivada por los labriegos.

De esta forma, transcurrieron los días, los meses y los años pero para un ser inmortal como la ninfa, el paso del tiempo no significaba nada y después de lo que para un humano hubiera sido la vida entera, un atardecer llegó hasta el fin del mundo.

Ante ella se extendía el océano ignoto, del que nadie había regresado jamás y sobre un farallón de roca grisácea se erguía una torre de plata y marfil. Y allí halló al joven al que había buscado durante todos esos años.

—Te encontré al fin, amor mío —dijo Saelia besando sus labios—. Ahora nunca volveremos a separarnos.

Pero el joven la miró con los ojos llenos de angustia y lentamente negó con la cabeza.

—¿Por qué me has buscado?

—Porque te amo —contestó la ninfa.

—Te mostraré quién soy en realidad y entonces te convencerás de que nuestro amor no es posible.

La imagen del joven pareció difuminarse como si una niebla espesa lo hubiera envuelto de pronto y cuando se aclaró, Saelia vio a un hermoso unicornio, negro como la obsidiana, frente a ella.

La ninfa acarició la testuz del animal y luego se abrazó a su cuello, mientras las lágrimas se deslizaban lentamente por su bello rostro.

—Ahora te comprendo, amor mío —dijo con la voz acongojada—. Pero aún sigo amándote.

Entonces el unicornio volvió a convertirse en el joven de rostro apenado que ella había conocido hacía tanto tiempo en su estanque.

—El mundo está perdiendo la magia y yo, dentro de poco, desapareceré con ella –le dijo abrazándola con fuerza contra su pecho—. Ni siquiera puedo conservar mi verdadera forma durante mucho tiempo porque los seres mágicos como tú y yo estamos condenados y nada puede salvarnos ya.

La ninfa se apartó de él y negó con desesperación.

—¡No! —exclamó con firmeza—. Tú no vas a desaparecer.

—Soy el último de mi especie —dijo el joven resignado—. Y prefiero morir antes que tener que vivir para siempre con este cuerpo que no es el mío. 

—Yo aún conservo mi magia —dijo Saelia con dulzura—. Y puedo hacer que vuelvas a ser el magnífico unicornio que tanto deseas.

—¿De qué forma conseguirías eso?

—Sólo has de beber la magia que hay en mí —contestó la ninfa sonriendo mientras de sus manos comenzaba a brotar un agua tan brillante como si millones de estrellas flotaran en ella.

—Pero ¿qué será de ti? —preguntó él viendo aterrado cómo todo el cuerpo de la joven iba transformándose en agua.

—Eso no importa —contestó con una voz que fue haciéndose cada vez más débil—. Si bebes de esta agua, la magia no te abandonará jamás.

—Detente, Saelia —lloró el unicornio con forma humana—. No quiero que mueras.

—Soy inmortal —sonrió la joven con ternura—. Y siempre estaré contigo, amor mío.

La ninfa continuó dejando escapar su magia hasta que de ella sólo quedó un pequeño estanque de aguas cristalinas en medio de las rocas grises. El joven se inclinó entonces y bebió un sorbo de agua y, al instante, volvió a ser el hermoso unicornio negro.

A partir de ese momento, jamás se alejó del estanque y siempre que la luna llena brillaba en el cielo, podía contemplar, en las transparentes aguas, el rostro sonriente de su amada Saelia.
 

5 comentarios:

  1. Fina. Muy hermoso Minu, mil gracias por compartir, por tu trabajo, mil besos

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  2. Qué alegría verte por aquí, Fina. Y muchas gracias por tu comentario. Besos.

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  3. Oh, Minu!! Qué relato más hermoso!! Es triste la idea de que la magia desaparezca, pero muy alentador que aún existan seres que se entreguen de esa manera por amor.
    Me ha emocionado tanto como Flores de Shanidar, gracias por compartirlo.
    Besos

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    1. Hola, Ana. Gracias por estar siempre por aquí, leyendo y comentando. Besoss.

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  4. Hola, Minu
    Me ha encantado el relato un poco triste por esa agonía que sienten al saber que la magia está desapareciendo y en la que ellos van a desaparecer también, pero enternecedor al ver como alguien se entrega por completo o se sacrifica así como hace Saelia y todo por amor, para que el otro siga viviendo.
    Eres geniala, el modo que tienes de redactar tus relatos que nos transmiten tantas cosas y sentimientos. Maravilloso.
    Gracias por compartir con todos nosotr@s.
    Besosss

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