CAPÍTULO 8
Artus y Nyx
se dirigieron al último templete en el desierto de Kalima, pero antes tendrían
que atravesar los peligrosos pantanos de mangles.
Estos
pantanos tenían una extensión enorme y estaban poblados por criaturas de todas
las especies; el canto de infinidad de una infinidad de aves se mezclaba con el
agudo chillido de los diminutos monos verdes y con los gruñidos de animales
desconocidos.
Nada más
penetrar en los pantanos, Artus y Nyx sintieron un calor sofocante, lo que
unido a la excesiva humedad, hizo que los dos hermanos enseguida estuviesen
empapados de sudor y que tuvieran que avanzar lentamente, debido a ello y a la
nube de mosquitos que apenas les dejaba respirar.
Por la noche
hicieron un fuego con ramas verdes, para que el humo espantara a los insectos y
comieron con desgana un poco de carne seca con pan negro. Luego, se tumbaron
intentando dormir a pesar el ambiente, todavía caluroso, y de los sonidos de
las criaturas que poblaban la noche.
A Artus le
pareció que acababa de cerrar los ojos cuando oyó un ruido cerca del
campamento, se incorporó despacio y en la oscuridad distinguió una figura
parecida a un caballo pero de aspecto fantasmal. Los cascos terminaban en
puntas afiladas y la boca mostraba unos colmillos enormes que ningún caballo
poseía.
—Un kelpie
—susurró el mago para sí. Sacudió a su hermano y le arrastró para alejarle del
monstruoso animal.
—¡Aléjate de
aquí! —Le empujó con fuerza.
Nyx miró al
kelpie y luego a su hermano mayor dudando un momento, después echó a correr
pero se detuvo un poco más allá, escondiéndose entre el exuberante follaje y
mirando inquieto hacia el campamento donde Artus hacía frente a su temible
adversario.
Nyx trató de
pensar en algún conjuro con el que poder ayudar a su hermano pero enseguida
renunció. Nunca se había preocupado por aprender magia y si intentaba
pronunciar cualquier hechizo, sólo conseguiría poner en mayor peligro a Artus.
El mago lanzó
un rayo contra el monstruoso corcel pero éste era demasiado rápido y lo esquivó
al tiempo que propinaba una dentellada a Artus en el brazo.
Nyx vio
horrorizado cómo su hermano empezaba a sangrar mientras retrocedía, intentado
protegerse de las relampagueantes embestidas de su enemigo. Luego, el hechicero
se concentró y pronunció un poderoso conjuro que hizo que el kelpie se
tambaleara un momento; sin embargo, enseguida se recuperó, era una bestia
resistente y muy difícil de vencer.
Otra vez,
Artus invocó un encantamiento y esta
vez, el animal rugió de dolor, dudó un segundo y luego se dio la vuelta y se
alejó lentamente, ya que a pesar de su poder, el kelpie prefería atacar a sus
víctimas cuando éstas estaban desprevenidas.
—¡Estás
herido! —Nyx corrió hacia su hermano y se abrazó a él llorando.
—No es nada,
no te preocupes.
—Pero yo no
te he ayudado —sollozó Nyx—, me he escondido y te he dejado solo.
—No, Nyx, no
llores. —Le acarició la cabeza con dulzura—. Has hecho lo que te dije y yo he
podido concentrarme en la lucha, sabiendo que tú estabas a salvo.
El niño se
secó las lágrimas con la mano dejando un rastro de suciedad en las enrojecidas
mejillas.
—Si yo
hubiera sabido algo más de magia, habría podido ayudarte. Te prometo que a
partir de ahora estudiaré más.
Artus sonrió
y le limpió la cara con un pañuelo.
—Espero que
eso sea verdad, aunque creo que muy pronto te olvidarás de tu promesa. —Le besó
cariñosamente—. Anda, vamos a dormir, el kelpie no volverá a atacar esta noche.
—Sí, pero
primero déjame que te cure el brazo. —Nyx buscó en su bolsa hasta encontrar un
pedazo de tela limpia, con el que vendar la herida de su hermano y éste se dejó
curar sonriendo.
—Gracias,
Nyx. Me has curado muy bien. —Le estrechó entre sus brazos—. Ahora no te
preocupes más y a dormir.
El sol
brillaba débilmente entre negros nubarrones cuando, tras cuatro días de
agotadora marcha, lograron salir del sofocante pantano de mangles. A lo lejos
divisaron los negros tejados de un pequeño poblado y se encaminaron hacia allí
para proveerse de comida y para buscar resguardo ante la inminente tormenta.
—¿Qué pueblo
es ése? —preguntó Nyx que ya había recuperado su despreocupación habitual.
—Creo que es
Nolite, un pueblo de pastores que elaboran un queso exquisito.
Al entrar en
el pueblo, un tumulto en la plaza les llamó la atención y se acercaron. Un
pegaso negro como la noche y de crines y cola largas y espesas, se debatía
atrapado por una resistente red, mientras siete hombres trataban de dominarlo.
—¡Soltadlo!
—gritó Artus mirando al poderoso animal.
—¿Quién te
crees que eres para darnos órdenes? —le espetó uno de los individuos que
sujetaban la red.
—Lárgate y
déjanos en paz —gritó otro.
—He dicho que
lo soltéis —repitió el mago tranquilamente y pronunció un conjuro.
La red
desapareció y el pegaso arremetió contra sus captores y galopó por las calles
del pueblo, moviendo las negras alas para alzarse por encima de los tejados.
Enseguida se
perdió de vista en el oscuro cielo y los aldeanos se volvieron hacia su
salvador con miradas de furia, aunque después de su demostración de poder,
ninguno se atrevió a decir nada.
—Vámonos de
aquí. —Artus pasó su brazo por encima de los hombros de Nyx—. No creo que nadie
quiera vendernos su delicioso queso.
Apenas se
habían alejado del pueblo, cuando oyeron que alguien les llamaba. Se trataba de
un muchacho, algo mayor que Nyx, que corría con todas sus fuerzas para
alcanzarlos.
—No os vayáis
—jadeó, luego respiró profundamente y miró a Artus—, quiero darte las gracias
por liberar al pegaso.
—Un animal
tan magnífico merecía ser libre. —Sonrió éste—. Nadie tiene derecho a poseerlo.
—Es verdad,
mi padre siempre decía que nadie ha podido jamás montar sobre un pegaso.
El joven oyó
los lejanos truenos y les sonrió.
—Venid
conmigo a mi casa y quedaos hasta que pase la tormenta. Podréis conocer a mi
madre y probar su famoso guiso de cerdo con patatas.
Al escuchar
esto, Nyx se acercó al muchacho, dispuesto a seguirlo hasta el fin del mundo si
fuera preciso y Artus no tuvo más remedio que acompañarlos.
Se acercaron
a una casita de ladrillos rojos y vieron a una alta mujer, vestida de verde y
blanco, que se apresuraba a recoger las sábanas extendidas sobre la espesa
hierba.
—Mamá, he
traído invitados. Han salvado al pegaso.
—Dos hombres
tan apuestos como vosotros siempre serán bienvenidos a mi casa. —Les miró la
mujer con una pícara sonrisa—. Me llamo Laira y seguro que mi hijo no se ha
presentado, se llama Torim.
—Soy Artus.
—Tendió su mano para estrechar la de Laira—, y él es Nyx, mi hermano.
—Vamos,
entrad en casa, está a punto de llover.
Torim no había
exagerado al alabar las dotes de cocinera de su madre y Artus y Nyx disfrutaron
de una sabrosa comida. Después, los dos muchachos salieron al porche para
observar los relámpagos que iluminaban el cielo y Laira y Artus recogieron la
mesa y se pusieron a lavar los platos.
—¿Así que
salvasteis al pegaso? Me alegro mucho. A mi marido le fascinaban, siempre que
veía a uno surcar majestuoso el cielo, no podía evitar pararse a contemplarlo
hasta que se perdía de vista.
—Son
criaturas muy hermosas.
—Sí, lo son,
pero no debes culpar a los pastores por haberlo capturado. Sólo intentan sacar
adelante a sus familias… aunque no hubieran conseguido nada el pegaso.
—¿Tan mal
están las cosas por aquí?
—Sí, hace
algo menos de un mes, se presentó en el pueblo un basilisco y aunque
conseguimos ahuyentarlo con ruda (ya sabes que no la soportan), acabó con casi
todas nuestras ovejas. Por eso, mi marido y otros ocho pastores fueron al
mercado de Feiral a comprar más ganado, pero al regresar tropezaron con una
partida de malhechores que les robaron las ovejas y mataron a todos, excepto al
hijo de mi prima que, aunque herido, consiguió escapar. Y ahora nos hemos
quedado sin maridos, sin ganado y sin el dinero que habíamos conseguido
ahorrar.
—Lo siento
mucho —dijo Artus apenado.
—Bueno, la
vida es dura en todas partes —suspiró Laira—. Nos las arreglaremos para salir
adelante.
Artus buscó
en su bolsa y le entregó a Laira varias monedas de oro.
—No te he
contado eso buscando caridad. —Intentó devolvérselas—. Os he acogido en mi casa
porque he querido y en recuerdo de mi esposo.
—No es
caridad, quiero comprar algo de comida con ello.
—Pero esto es
más… —empezó la mujer vacilando.
—Tu talento
como cocinera no tiene precio. —Artus cerró los dedos de Laira sobre las
monedas con firmeza.
Tras la
tormenta, se alejaron de la casita roja, cargados de víveres pero con un Nyx
apenado por haber tenido que despedirse de tan magnífica cocinera.
—Lo que dijo
Torim de que nadie había podido montar jamás en un pegaso, no es cierto —dijo
de pronto Artus y enarcó una ceja—. Lior y yo volamos sobre un hermoso pegaso
en una ocasión.
—Te lo estás
inventando —rió Nyx.
—Nada de eso.
Es una larga historia, pero te la contaré si quieres. —Le miró de reojo con
media sonrisa.
—¡Claro que
quiero! —exclamó al instante el chiquillo.
—Bueno, así
pasaremos el rato. —El mago se aclaró la garganta y apoyó una mano en el hombro
de su hermano—. Hace algún tiempo, Lior y yo regresábamos a casa después de una
frustrante aventura, (otro día te la contaré) cuando nos metimos en la guarida
de un dragón sin darnos cuenta, ya que estaba al final de una escarpada
garganta sin salida.
>>En
cuanto nos percatamos del lugar en el que nos encontrábamos, empezamos a correr
en dirección contraria pero oímos al dragón que se aproximaba, así que volvimos
sobre nuestros pasos y nos escondimos detrás de una enorme roca.
>>En
ese momento, nos fijamos en un pegaso que estaba paralizado bajo el hechizo del
dragón, el cual seguramente, lo había reservado para la cena. Era un ejemplar
espléndido, rojo como el sol del atardecer y con la cola tan larga que la
arrastraba por el suelo. Lior y yo, después de varios intentos, logramos romper
el conjuro y el pegaso quedó libre, pero el dragón estaba cada vez más cerca y
no teníamos forma de huir.
>>Estábamos
desesperados, pero entonces, el pegaso nos rozó con la cabeza y extendió las
alas, enseguida comprendimos que quería que montásemos sobre él y claro, lo
hicimos de un salto. El animal batió las alas y se elevó por entre las angostas
paredes hasta alcanzar el cielo abierto y en un momento, estuvimos a muchos
días de viaje de allí.
—Debió ser
maravilloso —dijo Nyx que había escuchado la historia fascinado.
—Fue lo más
emocionante que me ha ocurrido nunca —asintió Artus sonriendo al ver la cara de
su hermano.
—¡Cómo me
gustaría volar sobre un pegaso!
—Bueno, por
lo menos has cabalgado sobre un unicornio. —Le consoló el mago.
—Yo creía que
los dragones no comían humanos —le preguntó de pronto Nyx.
—Algunos son
amistosos con los hombres. Pero otros no dudarían ni un instante en devorarte
—respondió Artus haciendo una mueca—. Son tan diferentes entre sí como
nosotros.
—Entonces,
creo que será mejor no acercarse a ninguno.
—Eso creo yo
también —rió el mago.
Hola, Minu.
ResponderEliminarYa echaba de menos a este par de dos, jajajaja. Ha estado interesante el capítulo y sí, tenías razón en este es Artus el que sale lástimado, aunque esta vez la aventura ha sido más relajada, con menos peligros, pero aún así interesante.
Gracias por compartir.
Besosss
Hola, Ross, gracias por pasarte y comentar. Ya queda poquito, a ver si en estos días subo otro capítulo. Besoss.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola, Billy:
EliminarMe alegro de que te siga gustando la historia capítulo tras capítulo. Y también Artus es mi hombre ideal, caballeroso, amable, heróico, paciente y encima mago como postre así será capaz de cumplir todos mis deseos, jajaja. Besoss.
Hola Minu! Uf me gustaria ver todas esas creaturas magicas, los monos verdes!!! *-*
ResponderEliminarLos hermanos me recuerdan a los winchester niños, siempre cuidandose mucho!
Me esta gustando mucho!
Gracias, Saito, a mí también me gustaría ver todas esas criaturas fantásticas, aunque las veo en mi imaginación, claro. Besoss.
EliminarGracias Minu, me gustaaaaa besos miless
ResponderEliminarHola, Cinta. Me alegro mucho de verte por aquí y de que te haya gustado la historia. Y muchas gracias por comentar. Besosss.
EliminarHola, Minu. Probablemente ya te lo he dicho en otros capítulos, me gusta mucho como describes la relación de los hermanos, es fácil imaginarlos pinchándose el uno al otro y luego reaccionar con tanta ternura como en este capi.
ResponderEliminarCreo que el pegaso es por ahora mi criatura favorita de la historia. ¡Yo también quiero volar sobre uno! ;-p
Gracias por el capi.
Besos
Jajaja, también me gustaría a mí volar sobre un pegaso, me parece más seguro que el avión. Besoss.
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