viernes, 18 de octubre de 2013

LA CARTA PERDIDA



           Llegué con tiempo a la estación y me dediqué a observar a los otros viajeros, imaginando adónde irían o quién les estaría aguardando en el andén.

          Cuando, por fin, subí al tren, busqué un compartimiento vacío y me puse a leer mi libro favorito. En seguida sonó el silbato y el tren echó a andar; entonces, lo cerré y miré por la ventanilla pues siempre me ha gustado ver a la gente agitando los pañuelos para despedir a los que se van.

          Poco después, volví a abrir el libro por la primera página y leí la dedicatoria: “Para mi hermana que ama la poesía, con todo el cariño de María”. Luego miré la fecha: 13 de abril de 1937. Ya habían pasado diez años y casi ocho desde que ella murió. Intenté borrar los tristes recuerdos que me asaltaron leyendo, de nuevo, los conocidos versos y, poco a poco, el suave traqueteo del tren me fue adormilando.

          Me desperté cuando noté que la fotografía de María, que hacía de marcador, se deslizaba por el libro hasta introducirse en una rendija que había entre el asiento y la pared del vagón. Era demasiado estrecha para meter los dedos, así que me quité una horquilla del cabello y hurgué con ella hasta que algo se quedó enganchado y, poco a poco, con mucho cuidado la fui sacando.

Cuando salió del todo vi que, además de la fotografía, estaba prendido en la horquilla un sobre.

          Al principio pensé que se habría caído de alguna saca del vecino vagón de correos, pero cuando le di la vuelta observé que no tenía sello. Sin embargo, sí que tenía, claramente escritos, un nombre y una dirección; precisamente en la misma población hacia la que yo me dirigía.     

          Entonces sentí curiosidad, pues la carta parecía llevar bastante tiempo perdida en la rendija, y decidí entregarla personalmente, en vez de echarla al correo como había pensado en un principio.

          El resto del viaje se me hizo muy corto imaginando qué diría la carta y al día siguiente me encaminé a la dirección que indicaba el sobre. Por el camino se me ocurrió que, quizá la mujer de la carta ya no viviría allí, pero así y todo seguí adelante.

          En seguida, encontré la casa, en el número siete de la calle del peregrino y llamé, sintiendo un repentino nerviosismo. La mujer que abrió la puerta tendría unos diez años más que yo, pero era mucho más hermosa.

          - ¿Qué desea?

          - ¿Es usted Marina?

          - Así es.

          - Tengo algo que le pertenece.

          Le enseñé la carta y le expliqué  cómo había llegado a mi poder. Ella tomó la carta y creo que al instante reconoció la letra, pues palideció intensamente. Permaneció quieta unos momentos, con expresión asustada, como si hubiera visto una aparición del más allá. Luego rasgó el sobre y comenzó a leer. Unas silenciosas lágrimas se deslizaron por su rostro pero, cuando terminó, se las secó con rabia y me tendió la carta.

          - Tienes derecho a leerla ya que la has traído hasta aquí.

          Lo correcto habría sido negarme, pero la curiosidad venció cualquier escrúpulo.

          “23 de diciembre de 1937.

          Mi querida Marina: siento faltar a la palabra que te di. No podré casarme contigo y el niño que llevas en tus entrañas, nuestro hijo, no podrá llevar mi nombre ni llegaré a conocerlo jamás.

          Tenías razón, no debí volver. Pocos días después de llegar, vinieron a detenerme y ahora te escribo desde mi celda, aguardando el amanecer que pondrá fin a mi vida.

          No creas que temo morir. Más miedo siento cuando pienso en ti, criando sola a ese hijo y desafiando el desprecio de los demás. Tú sabes que te amo más que a mi vida y que en nuestros corazones estamos ya casados, pero serás el blanco de las habladurías y eso te hará sufrir.

          Por favor, háblale a nuestro hijo de mí y dile que me hubiera gustado cuidarle y protegerle y tú, recibe todo mi amor, Esteban.

          Postdata: Miguel ha conseguido que le permitan visitarme y me ha prometido que te enviará esta carta. No sabes cuánto le agradezco su amistad”.

          Levanté los ojos de la carta y se la devolví con manos temblorosas. En ese momento, entró en la habitación un hombre alto y moreno, con un niño en brazos. Marina le miró con furia y le arrojó la carta a la cara.

          - ¿Así es como cumples tus promesas?

          Él dejó al niño en el suelo y se inclinó a recoger la carta. Cuando terminó de leerla, su cara reflejaba un dolor indescriptible, sin embargo, no dijo nada, sólo le dio un empujoncito al pequeño para indicarle que saliera de la habitación. Luego cerró la puerta y se volvió hacia Marina, todavía en silencio.

          - ¿No tienes nada que decir?

          - ¿Qué quieres que diga? Todo es verdad.

          - Necesito saber por qué no me la entregaste.

          - Te juro que cuando hice esa promesa era sincero. Incluso decidí llevártela en persona y esa misma noche cogí el tren. Pero, durante el viaje, tuve mucho tiempo para pensar y, mientras miraba la oscuridad a través de la ventanilla, pensé que yo te había amado desde siempre, aunque ni tú ni él lo supierais, y que ahora tenía una oportunidad, por pequeña que fuera, de conseguir tu amor.

          >>Daba vueltas a la carta en mis manos y sabía que si la leías, me resultaría imposible luchar contra su recuerdo. Dudé durante mucho tiempo y busqué excusas para no tener que entregártela; que sería menos doloroso para ti creer que te había abandonado, a saber que estaba muerto y que podrías encontrar consuelo en mí.

          >>Y, al final, me decidí y, cuando el tren entraba ya en la estación, metí la carta en la rendija del asiento y, creí que nunca más volvería a  verla.

          Dijo esto último mirándome a mí, pero no había reproche alguno en sus ojos oscuros.

          Marina, se volvió hacia él, ya más serena, y señaló la puerta.

          - Déjanos solas un momento.

          Cuando Miguel hubo salido, me acerqué a ella y la abracé, porque después de saber tantas cosas de su vida, me parecía que la conocía desde hacía mucho tiempo.

          - ¿Qué vas a hacer ahora?

          - ¿Qué voy a hacer? Nada. A pesar de todo, Miguel es un buen hombre. Le dio un nombre a mi hijo y siempre le ha tratado como si también fuera suyo. Además, he llegado a quererlo. Nunca le amaré con ese amor apasionado que sentía por Esteban, pero no deja de ser verdadero amor.

          Entonces, por fin, puse en palabras el pensamiento que me había estado atormentando todo ese tiempo.

          - Habría sido mejor que hubiera dejado la carta donde estaba.

          - !No! No digas eso. Tú no sabes cómo me sentí cuando le esperé durante días y días y él no llegó. Creí que me había abandonado, que se había burlado de mí y le odié. También pensé que llevaba dentro de mí al hijo de alguien a quien no había llegado a conocer, y eso me trastornó hasta que nació y lo tuve entre mis brazos, entonces, ya no me importó quién pudiera ser su padre.

          >>Al leer la carta, he sentido un dolor terrible pero, en cierto modo, es un dolor más llevadero, porque, después de todo, él era tal y como yo había imaginado y… me amaba de verdad.

          ***

          Unas semanas más tarde, tomé el tren de regreso y volví a sentarme en el compartimiento donde encontré la carta; de nuevo, cogí el libro que me había regalado mi hermana hacía tantos años y, esta vez, di la bienvenida a los recuerdos que inundaron mi mente.
 

2 comentarios:

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  2. Gracias a ti por tus comentarios, que siempre me alegran el día. Las palabras de García Lorca describen a la perfección lo que sentía Marina antes de leer la carta. El dolor puede convertirse en amargura o, con el paso del tiempo, transformarse en un dulce recuerdo. Y eso fue lo que cambió la carta. Besoss.

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