Llegué con tiempo a la estación y me dediqué a observar a los
otros viajeros, imaginando adónde irían o quién les estaría aguardando en el
andén.
Cuando, por fin,
subí al tren, busqué un compartimiento vacío y me puse a leer mi libro
favorito. En seguida sonó el silbato y el tren echó a andar; entonces, lo cerré
y miré por la ventanilla pues siempre me ha gustado ver a la gente agitando los
pañuelos para despedir a los que se van.
Poco después, volví
a abrir el libro por la primera página y leí la dedicatoria: “Para mi hermana
que ama la poesía, con todo el cariño de María”. Luego miré la fecha: 13 de
abril de 1937. Ya habían pasado diez años y casi ocho desde que ella murió.
Intenté borrar los tristes recuerdos que me asaltaron leyendo, de nuevo, los conocidos
versos y, poco a poco, el suave traqueteo del tren me fue adormilando.
Me desperté cuando
noté que la fotografía de María, que hacía de marcador, se deslizaba por el
libro hasta introducirse en una rendija que había entre el asiento y la pared
del vagón. Era demasiado estrecha para meter los dedos, así que me quité una
horquilla del cabello y hurgué con ella hasta que algo se quedó enganchado y,
poco a poco, con mucho cuidado la fui sacando.
Cuando salió del todo vi que, además de la fotografía, estaba
prendido en la horquilla un sobre.
Al principio pensé
que se habría caído de alguna saca del vecino vagón de correos, pero cuando le
di la vuelta observé que no tenía sello. Sin embargo, sí que tenía, claramente
escritos, un nombre y una dirección; precisamente en la misma población hacia
la que yo me dirigía.
Entonces sentí
curiosidad, pues la carta parecía llevar bastante tiempo perdida en la rendija,
y decidí entregarla personalmente, en vez de echarla al correo como había
pensado en un principio.
El resto del viaje
se me hizo muy corto imaginando qué diría la carta y al día siguiente me
encaminé a la dirección que indicaba el sobre. Por el camino se me ocurrió que,
quizá la mujer de la carta ya no viviría allí, pero así y todo seguí adelante.
En seguida,
encontré la casa, en el número siete de la calle del peregrino y llamé,
sintiendo un repentino nerviosismo. La mujer que abrió la puerta tendría unos
diez años más que yo, pero era mucho más hermosa.
- ¿Qué desea?
- ¿Es usted Marina?
- Así es.
- Tengo algo que le
pertenece.
Le enseñé la carta
y le expliqué cómo había llegado a mi
poder. Ella tomó la carta y creo que al instante reconoció la letra, pues
palideció intensamente. Permaneció quieta unos momentos, con expresión
asustada, como si hubiera visto una aparición del más allá. Luego rasgó el
sobre y comenzó a leer. Unas silenciosas lágrimas se deslizaron por su rostro
pero, cuando terminó, se las secó con rabia y me tendió la carta.
- Tienes derecho a
leerla ya que la has traído hasta aquí.
Lo correcto habría
sido negarme, pero la curiosidad venció cualquier escrúpulo.
“23 de diciembre de
1937.
Mi querida Marina:
siento faltar a la palabra que te di. No podré casarme contigo y el niño que
llevas en tus entrañas, nuestro hijo, no podrá llevar mi nombre ni llegaré a
conocerlo jamás.
Tenías razón, no
debí volver. Pocos días después de llegar, vinieron a detenerme y ahora te
escribo desde mi celda, aguardando el amanecer que pondrá fin a mi vida.
No creas que temo
morir. Más miedo siento cuando pienso en ti, criando sola a ese hijo y
desafiando el desprecio de los demás. Tú sabes que te amo más que a mi vida y
que en nuestros corazones estamos ya casados, pero serás el blanco de las
habladurías y eso te hará sufrir.
Por favor, háblale
a nuestro hijo de mí y dile que me hubiera gustado cuidarle y protegerle y tú,
recibe todo mi amor, Esteban.
Postdata: Miguel ha
conseguido que le permitan visitarme y me ha prometido que te enviará esta
carta. No sabes cuánto le agradezco su amistad”.
Levanté los ojos de
la carta y se la devolví con manos temblorosas. En ese momento, entró en la
habitación un hombre alto y moreno, con un niño en brazos. Marina le miró con
furia y le arrojó la carta a la cara.
- ¿Así es como
cumples tus promesas?
Él dejó al niño en
el suelo y se inclinó a recoger la carta. Cuando terminó de leerla, su cara
reflejaba un dolor indescriptible, sin embargo, no dijo nada, sólo le dio un
empujoncito al pequeño para indicarle que saliera de la habitación. Luego cerró
la puerta y se volvió hacia Marina, todavía en silencio.
- ¿No tienes nada
que decir?
- ¿Qué quieres que
diga? Todo es verdad.
- Necesito saber
por qué no me la entregaste.
- Te juro que
cuando hice esa promesa era sincero. Incluso decidí llevártela en persona y esa
misma noche cogí el tren. Pero, durante el viaje, tuve mucho tiempo para pensar
y, mientras miraba la oscuridad a través de la ventanilla, pensé que yo te
había amado desde siempre, aunque ni tú ni él lo supierais, y que ahora tenía
una oportunidad, por pequeña que fuera, de conseguir tu amor.
>>Daba
vueltas a la carta en mis manos y sabía que si la leías, me resultaría
imposible luchar contra su recuerdo. Dudé durante mucho tiempo y busqué excusas
para no tener que entregártela; que sería menos doloroso para ti creer que te
había abandonado, a saber que estaba muerto y que podrías encontrar consuelo en
mí.
>>Y, al
final, me decidí y, cuando el tren entraba ya en la estación, metí la carta en
la rendija del asiento y, creí que nunca más volvería a verla.
Dijo esto último
mirándome a mí, pero no había reproche alguno en sus ojos oscuros.
Marina, se volvió
hacia él, ya más serena, y señaló la puerta.
- Déjanos solas un
momento.
Cuando Miguel hubo
salido, me acerqué a ella y la abracé, porque después de saber tantas cosas de
su vida, me parecía que la conocía desde hacía mucho tiempo.
- ¿Qué vas a hacer
ahora?
- ¿Qué voy a hacer?
Nada. A pesar de todo, Miguel es un buen hombre. Le dio un nombre a mi hijo y
siempre le ha tratado como si también fuera suyo. Además, he llegado a
quererlo. Nunca le amaré con ese amor apasionado que sentía por Esteban, pero
no deja de ser verdadero amor.
Entonces, por fin,
puse en palabras el pensamiento que me había estado atormentando todo ese
tiempo.
- Habría sido mejor
que hubiera dejado la carta donde estaba.
- !No! No digas
eso. Tú no sabes cómo me sentí cuando le esperé durante días y días y él no
llegó. Creí que me había abandonado, que se había burlado de mí y le odié.
También pensé que llevaba dentro de mí al hijo de alguien a quien no había
llegado a conocer, y eso me trastornó hasta que nació y lo tuve entre mis
brazos, entonces, ya no me importó quién pudiera ser su padre.
>>Al leer la
carta, he sentido un dolor terrible pero, en cierto modo, es un dolor más llevadero,
porque, después de todo, él era tal y como yo había imaginado y… me amaba de
verdad.
***
Unas semanas más
tarde, tomé el tren de regreso y volví a sentarme en el compartimiento donde
encontré la carta; de nuevo, cogí el libro que me había regalado mi hermana
hacía tantos años y, esta vez, di la bienvenida a los recuerdos que inundaron
mi mente.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGracias a ti por tus comentarios, que siempre me alegran el día. Las palabras de García Lorca describen a la perfección lo que sentía Marina antes de leer la carta. El dolor puede convertirse en amargura o, con el paso del tiempo, transformarse en un dulce recuerdo. Y eso fue lo que cambió la carta. Besoss.
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