CAPÍTULO 9
A medida que
iban avanzando hacia el sur, las arboledas se fueron espaciando hasta que sólo
quedaron algunas acacias aisladas que rompían la monotonía del paisaje y
proporcionaban un poco de sombra a la agrietada tierra.
Los hermanos
pararon junto a una de ellas para descansar y beber un poco de agua. Al rato de estar allí, divisaron una
nube de polvo en la lejanía, que se acercaba rápidamente a ellos.
Enseguida
pudieron distinguir las siluetas que levantaban el polvo con sus cascos. Los
centauros de piel muy oscura, llevaban los negros cabellos recogidos en una
larga y gruesa trenza; su parte equina era blanca con multitud de rayas negras,
como si unos dedos gigantes hubieran querido marcar su resplandeciente
blancura. Cuando vieron a los dos hermanos alzaron las lanzas, adornadas con cintas
y plumas de colores, en un gesto de amenaza.
—Creo que
éste es un buen momento para tocar la flauta —urgió Artus a su hermano.
Nyx sacó
inmediatamente el pequeño instrumento de cristal y al tocarlo apareció, a su
lado, el magnífico unicornio; montaron en él de un salto y se alejaron a toda
velocidad.
Poco a poco,
fueron dejando atrás al grupo de centauros, que no podían competir con la
extraordinaria ligereza del unicornio, y después de un rato les perdieron de
vista.
—Pero, ¿no
son pacíficos los centauros? —se atrevió a preguntar entonces Nyx.
—Los
centauros de los bosques, sí. Pero los que habitan en los llanos son agresivos
y salvajes.
Su veloz
corcel continuó cabalgando hasta el atardecer; entonces, inclinó la cabeza y
cuando sus jinetes descendieron, desapareció tras el consabido estallido de
luz.
—Otra vez a
caminar —suspiró el muchacho—. Los centauros que hemos visto hoy, también son
muy diferentes físicamente.
—Todo se debe
a que se han tenido que adaptar a unas condiciones más inhóspitas. Son distintos
porque han tenido que luchar duramente para sobrevivir —le explicó el joven
mago—. Los centauros de los bosques encuentran fácilmente comida y bebida y
están protegidos en sus frondosos bosques. Y de esta forma, han tenido tiempo
para el estudio, la música y el baile.
Mientras
conversaban, buscaron un lugar adecuado para pasar la noche, pero resultaba
difícil en una estepa reseca y vacía, en la que sólo crecían algunos matorrales
espinosos y uno o dos árboles raquíticos y retorcidos.
Al fin,
decidieron acampar junto a uno de estos árboles y se pusieron a comer el
delicioso queso que les había dado Laira. Estaban a punto de tumbarse para
dormir, cuando oyeron un ruido procedente de la acacia. En una de las ramas más
gruesas, se había posado una criatura con cabeza y pechos de mujer pero con un
enorme cuerpo de buitre.
—Dadme comida
—exigió la arpía con una voz que parecía un graznido.
Nyx le
ofreció pan y queso, pero la arpía lo rechazó.
—Quiero
carne.
—No tenemos
carne —dijo Artus con el ceño fruncido. Sabía que las arpías eran astutas y
malvadas.
—Tu carne me
servirá. —La criatura se lanzó sobre Nyx, le sujetó con sus fuertes garras y
comenzó a alzarle por el aire, pero Artus esperaba algo así y disparó un rayo
mágico a la arpía haciendo que soltara al niño. Luego, abrió los brazos
tranquilamente y recogió a su hermano sano y salvo.
—Ha sido muy
divertido. —Rió Nyx.
—Si no te
llego a salvar, hubieras servido de cena a la arpía y entonces, no creo que te
hubieses reído tanto.
—Bueno, para
eso están los hermanos mayores, ¿no? —Se quedó tan fresco.
—Eres… —Artus
se interrumpió sonriendo y moviendo la cabeza—. Anda, vamos a dormir un poco.
—¿No volverá
la arpía? —preguntó Nyx algo inquieto.
—Pero, ¿no te
parecía tan divertida? —se burló su hemano—. Duérmete de una vez, yo vigilaré.
Continuaron
su viaje hacia el sur y, pronto, la hierba marchita se convirtió en fina arena
de color rojizo.
La marcha
resultaba agotadora bajo el ardiente sol del desierto Kalima, pero enseguida
localizaron el último templete. El jaspe de sus columnas lanzaba destellos
rojizos a la luz del atardecer y después, el resplandor carmesí se intensificó
cuando Artus llevó a cabo su encantamiento.
Con la esfera
de jaspe en su poder, emprendieron el camino hacia la Biblioteca de Zarauz, el
lugar donde el mago averiguaría el paradero del Oryx Negro.
Nyx caminaba
detrás de su hermano, con la cabeza inclinada para protegerse del resplandor
del sol. De pronto, escuchó una voz conocida que le llamaba y, cuando alzó la cabeza,
vio a su madre enfrente de él abriendo los brazos y sonriéndole.
<<Acércate, hijo mío, déjame abrazarte>>. El corazón del niño
comenzó a palpitar con fuerza. Era imposible, ella había muerto hacía tres años…
pero parecía tan real. Tenía las mejillas sonrosadas y el cabello, color caoba,
le brillaba bajo la luz del sol. Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas
y casi sin darse cuenta, comenzó a caminar hacia donde le esperaba su madre.
Artus se
volvió al ver que su hermano empezaba a caminar en otra dirección; le llamó
pero Nyx no le hizo caso y continuó hacia delante decidido, hasta que el mago
le sujetó por el brazo.
—¿Adónde vas?
—Voy con mamá
—le miró Nyx con impaciencia—. ¿Es que no la ves?
Artus miró
hacia donde señalaba el muchacho.
—No
—respondió con suavidad—. Allí no hay nadie. Sabes que nuestra madre está
muerta.
—Pero está
ahí. Puedo verla, me está haciendo señas con la mano —dijo Nyx desesperado.
—Es sólo una
imagen invocada por una esfinge.
—Pero es
igual que mamá —insistió el niño.
—La esfinge
ha extraído el recuerdo de tu mente para atraerte hacia ella y devorarte —le
explicó Artus sujetándole de los brazos y haciendo que diera la espalda a la
aparición—. No la mires más.
Nyx entonces,
se abrazó a su hermano y empezó a llorar.
—Es que la
echo mucho de menos.
—Yo también
—dijo en voz baja el mago, frotándole la espalda.
Después de un
rato, Nyx se separó, ya más calmado y se secó las lágrimas.
—Ya estoy bien.
—Miró a su hermano sonriendo débilmente.
—Muy bien,
entonces sigamos adelante. —El mago le pasó el brazo por encima de los hombros
y continuaron su camino, sin volver a mirar la imagen de su madre.
Una semana
después, llegaron a Ladore, una ciudad portuaria llena de marineros y
comerciantes, donde las calles eran muy empinadas y las casas tan altas y
estrechas como torreones. Los dos hermanos se dirigieron al puerto para buscar
un barco que los llevara a Magiz, a través del Mar de Algas.
Después de
preguntar en algunas embarcaciones atracadas en el muelle, abordaron una enorme
galera de cincuenta remeros y se acercaron a un enano tuerto que estaba sentado
junto al timón.
—¿Eres el
capitán? —le preguntó Artus.
—Así es.
—¿Viajas
hasta Magiz? —inquirió el mago y cuando el enano asintió, sacó su bolsa de
monedas—. Quiero dos pasajes.
—Son veinte
monedas de oro —sonrió el capitán extendiendo una mano callosa.
—Por ese
precio podría comprarme mi propio barco —rezongó Artus.
—Inténtalo si
quieres. —Se encogió de hombros su interlocutor—. Pero no te lo aconsejo, si
tienes prisa. En esta época del año, los comerciantes son capaces de matar con
tal de conseguir algún barco en el que cargar sus mercancías.
—Está bien.
—Artus le entregó la cantidad.
—Podéis
instalaros junto al mástil y procurad no estorbar.
—Es muy
amable, ¿verdad? —Sonrió Nyx con ironía.
—Desde luego.
—Rió su hermano.
La travesía
transcurría apaciblemente, pero al tercer día, Nyx estaba completamente
aburrido. Estaba harto de ver las maniobras de los marineros y de las lecciones
de magia de su hermano, así que bajó a la bodega del barco esperando encontrar
algo interesante.
Todo el
espacio estaba repleto de barriles, cajas de madera y balas de lana y Nyx
estaba a punto de irse cuando se fijó en una tenue luz que se filtraba a través
de una rendija. Se acercó y vio que detrás de las tablas de madera medio
podrida, había otra cámara; empujó uno de los tablones y éste se movió dejando
un espacio libre por donde se coló el muchacho.
Dentro de una
jaula de barrotes de hierro, estaba tumbado y aparentemente dormido, un tritón.
Era alto y musculoso, con la piel plateada y tanto en los antebrazos como en
las piernas, tenía una hilera de espinas curvadas y afiladas como dagas. Sus
cabellos eran de un color verdoso y los ojos, que abrió en ese instante, del
azul intenso de las aguas profundas.
—Dame agua
—susurró el tritón con debilidad.
Nyx miró a su
alrededor y descubrió un barril lleno de agua, cogió el cacillo y se lo acercó
al tritón.
—¿Quién eres?
¿Por qué estás prisionero? —le preguntó el muchacho ayudándole a beber.
—Me llamo
Yubar. Hace una semana quedé enredado en una red; hubiera podido escapar
fácilmente, pero los marineros me golpearon con los remos hasta dejarme
inconsciente. El capitán quiere hacerme luchar en los juegos que van a
organizarse en Magiz.
—¡No puede
hacer eso! —Se indignó Nyx.
—Claro que
puede —le aseguró Yubar—. Nadie piensa impedírselo.
—Yo lo haré.
Te sacaré de aquí —afirmó el niño buscando alguna herramienta que le permitiera
abrir la jaula.
—¿Y tú quién
eres?¿Un grumete? —Le miró el tritón con asombro.
—No soy
ningún grumete. Viajo en este barco con mi hermano Artus.
—No creo que
tú solo consigas abrir la jaula. Será mejor que te alejes de aquí antes de que
venga alguien —le advirtió Yubar preocupado por el chiquillo.
—Si yo no
puedo liberarte, lo hará mi hermano. Él es mago, ¿sabes? —dijo Nyx hurgando en
la cerradura con un fino alambre.
—¡Vaya, qué
tenemos aquí! —exclamó una voz ronca—. Un pequeño entrometido.
Nyx se volvió
y se encontró con el capitán y con un corpulento marinero.
—No tienes
ningún derecho a tenerlo encerrado. Déjale marchar —dijo el muchacho furioso.
—Y tú no
tienes derecho a bajar aquí —respondió el enano haciendo una seña a su
compañero.
El marinero
cogió a Nyx por el brazo y se lo retorció hasta que el niño gimió de dolor.
—¡Suéltalo!
—gritó con furia Artus, que al ver que su hermano no volvía, decidió ir a
buscarlo y las voces y los quejidos de Nyx, le guiaron hasta allí.
El mago se
acercó al marinero y le golpeó con fuerza haciendo que soltara al chico y
cayera al suelo apretándose el estómago con las dos manos. Entonces, el enano
desenvainó su daga y avanzó para enfrentarse al hechicero, pero un bandazo del
barco hizo que todos perdieran el equilibrio.
—¿Qué demonios…?
—gritó el capitán levantándose y avanzando con dificultad debido a las
violentas embestidas que zarandeaban la embarcación.
El enano
corrió a la cubierta seguido por Artus y Nyx, aunque éste último regresó a la
bodega al poco rato.
—Me envía Artus
para liberarte —le dijo al tritón mostrándole la llave—. Un enorme kraken está
atacando el barco.
—Trata de
ayudarme —respondió Yubar subiendo a toda prisa.
Los marineros
lanzaban arpones contra el animal, semejante a un pulpo gigantesco, pero el
kraken apenas los sentía y continuaba golpeando el casco del barco que empezaba
a resquebrajarse. El mascarón, con forma de serpiente marina, estaba roto y el
mástil había caído con todos sus aparejos, creando mayor confusión.
—¡Atrás!
—gritó el tritón a los marineros que no cesaban de arrojar sus arpones. Luego,
se acercó a la borda y gritó unas extrañas palabras al kraken, que soltó el
barco y se hundió en las revueltas aguas.
—Debería
dejar que hundiera el barco, pero ellos no merecen correr esa suerte —dijo
señalando a Artus y Nyx.
El tritón se
acercó a los dos hermanos y los abrazó.
—Gracias por
todo —dijo Yubar con una sonrisa—. Si alguna vez me necesitáis, acudiré, os lo
prometo. —Luego, miró al capitán y a los marineros que lo rodeaban—. ¿Estaréis
seguros aquí?
—Sí, no te
preocupes. Nada nos pasará —respondió Artus tranquilo.
Entonces, el
tritón se lanzó al agua y desapareció entre las olas. El capitán miró a los dos
pasajeros con rencor, pero no intentó nada pues se había dado cuenta de que el
mago era un hombre muy peligroso y en bastantes malas condiciones estaba ya el
barco como para sostener otra pelea a bordo.
De esta
forma, el resto del viaje transcurrió con tranquilidad hasta que el octavo día
de navegación llegaron a Magiz y desde allí, se encaminaron hacia la Arboleda
Prohibida, en cuyo interior estaba oculta la Biblioteca de Zarauz.
—¿Por qué se
llama así? —preguntó Nyx cuando supo que se dirigían allí.
—Pues porque
está prohibida la entrada a ella a todo el mundo excepto a los magos —respondió
Artus con una sonrisa.
—Entonces, yo
tampoco puedo entrar —murmuró el muchacho consciente de que no era capaz de
pronunciar bien ni un solo hechizo.
—No te
preocupes, podrás pasar conmigo —le tranquilizó su hermano.
Efectivamente,
Nyx entró en la arboleda sin ningún problema y Artus y él caminaron entre los
rectos y plateados troncos de los abedules hasta llegar a un claro bañado por
la dorada luz del atardecer. Enseguida se les acercó un fauno, caminando
silenciosamente con sus patas de ciervo y mirándoles con unos ojos tan dulces
como los de ese hermoso animal.
—¿Qué deseas?
—Quiero
entrar en la Biblioteca.
—¿Traes
contigo las cinco esferas? —volvió a preguntar el fauno moviendo sus orejas de
ciervo.
Artus se las
entregó y el fauno se agachó, retiró con las manos la hojarasca y dejó al
descubierto un bloque de ámbar en el que estaban grabados los símbolos de la
magia: el libro y la redoma. El guardián de la arboleda, colocó las esferas en
los cinco huecos existentes en el ámbar, cuatro en las esquinas y el quinto en
el centro. Las piedras comenzaron a brillar y el suelo tembló y se resquebrajó;
después, la Biblioteca, con sus muros de pórfido azul y las gigantescas puertas
de madera de roble, apareció en el claro. Había sido construida mediante la
magia por Zarauz, un poderoso mago, muerto hacía ya mucho tiempo, que dedicó su
vida a buscar y recoger todos los libros de magia que existían en el mundo y
los guardó en esta biblioteca a la que sólo podían acceder los magos.
Dentro del
edificio, Artus y Nyx encontraron a otro fauno muy parecido al que habían visto
en el exterior.
—¿Qué quieres
saber?
—¿Dónde puedo
encontrar el Oryx Negro?
El
bibliotecario buscó un momento entre los numerosos volúmenes que cubrían las
paredes y le entregó al mago un libro muy viejo con las desgastadas cubiertas
de un azul desvaído. Artus se sentó en una cómoda butaca y se puso a leerlo
detenidamente.
—¿Puedo echar
una ojeada por ahí? —preguntó Nyx mirando a su alrededor.
El mago
asintió sin levantar la vista del libro y el muchacho comenzó a pasear por las
diversas salas que componían la biblioteca, observando la multitud de libros de
todos los tamaños y colores. También había muchísimos rollos de pergaminos
colocados cuidadosamente en anaqueles y sobre una enorme mesa de caoba estaban
extendidos cientos de mapas de todos los lugares imaginables.
—¡Nyx! —le
llamó su hermano—. Ya podemos irnos, tengo la información que necesitaba.
—¿Qué es el
Oryx Negro? —preguntó Nyx cuando dejaron atrás la arboleda mágica.
—Es el objeto
mágico más poderoso que existe —respondió el mago.
—¿Y ya sabes
dónde se encuentra?
—Sí, en el
volcán Detei —contestó Artus despacio—. Guardado por el dragón Ígneo.
Nyx le miró
alzando las cejas.
—¿Cómo se lo
vamos a quitar?
Su hermano
frunció el ceño.
—No pienso
quitárselo —respondió ofendido—. Se lo pediré educadamente.
Nyx soltó una
carcajada.
—Y él se
disculpará cortésmente por no dejar de ti ni los huesos.
—El dragón
Ígneo es sabio y comprensivo. Jamás se comería a un humano.
—Pero tampoco
tiene porqué darte su tesoro —recalcó el muchacho con una sonrisa burlona.
—Tú espera y
verás —sonrió Artus a su vez.
Jajajajaja... ¡¡Ay, Minu!! Lo de pedirle educadamente al dragón su tesoro me ha encantado, Artus es genial ;-p
ResponderEliminarMe gusta mucho la naturaleza compasiva de Nyx, es un personaje muy especial.
Muy buen capítulo.
Besos
Gracias, Ana. Qué bien que te haya gustado, voy a ver si puedo poner pronto lo que me queda y empezar con otra historia que ya tengo en papel. Besoss.
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