viernes, 25 de octubre de 2013

LA MAGIA DEL ORYX 9

 
CAPÍTULO 9
 
A medida que iban avanzando hacia el sur, las arboledas se fueron espaciando hasta que sólo quedaron algunas acacias aisladas que rompían la monotonía del paisaje y proporcionaban un poco de sombra a la agrietada tierra.
Los hermanos pararon junto a una de ellas para descansar y beber un poco  de agua. Al rato de estar allí, divisaron una nube de polvo en la lejanía, que se acercaba rápidamente a ellos.
Enseguida pudieron distinguir las siluetas que levantaban el polvo con sus cascos. Los centauros de piel muy oscura, llevaban los negros cabellos recogidos en una larga y gruesa trenza; su parte equina era blanca con multitud de rayas negras, como si unos dedos gigantes hubieran querido marcar su resplandeciente blancura. Cuando vieron a los dos hermanos alzaron las lanzas, adornadas con cintas y plumas de colores, en un gesto de amenaza.
—Creo que éste es un buen momento para tocar la flauta —urgió Artus a su hermano.
Nyx sacó inmediatamente el pequeño instrumento de cristal y al tocarlo apareció, a su lado, el magnífico unicornio; montaron en él de un salto y se alejaron a toda velocidad.
Poco a poco, fueron dejando atrás al grupo de centauros, que no podían competir con la extraordinaria ligereza del unicornio, y después de un rato les perdieron de vista.
—Pero, ¿no son pacíficos los centauros? —se atrevió a preguntar entonces Nyx.
—Los centauros de los bosques, sí. Pero los que habitan en los llanos son agresivos y salvajes.
Su veloz corcel continuó cabalgando hasta el atardecer; entonces, inclinó la cabeza y cuando sus jinetes descendieron, desapareció tras el consabido estallido de luz.
—Otra vez a caminar —suspiró el muchacho—. Los centauros que hemos visto hoy, también son muy diferentes físicamente.
—Todo se debe a que se han tenido que adaptar a unas condiciones más inhóspitas. Son distintos porque han tenido que luchar duramente para sobrevivir —le explicó el joven mago—. Los centauros de los bosques encuentran fácilmente comida y bebida y están protegidos en sus frondosos bosques. Y de esta forma, han tenido tiempo para el estudio, la música y el baile.
Mientras conversaban, buscaron un lugar adecuado para pasar la noche, pero resultaba difícil en una estepa reseca y vacía, en la que sólo crecían algunos matorrales espinosos y uno o dos árboles raquíticos y retorcidos.
Al fin, decidieron acampar junto a uno de estos árboles y se pusieron a comer el delicioso queso que les había dado Laira. Estaban a punto de tumbarse para dormir, cuando oyeron un ruido procedente de la acacia. En una de las ramas más gruesas, se había posado una criatura con cabeza y pechos de mujer pero con un enorme cuerpo de buitre.
—Dadme comida —exigió la arpía con una voz que parecía un graznido.
Nyx le ofreció pan y queso, pero la arpía lo rechazó.
—Quiero carne.
—No tenemos carne —dijo Artus con el ceño fruncido. Sabía que las arpías eran astutas y malvadas.
—Tu carne me servirá. —La criatura se lanzó sobre Nyx, le sujetó con sus fuertes garras y comenzó a alzarle por el aire, pero Artus esperaba algo así y disparó un rayo mágico a la arpía haciendo que soltara al niño. Luego, abrió los brazos tranquilamente y recogió a su hermano sano y salvo.
—Ha sido muy divertido. —Rió Nyx.
—Si no te llego a salvar, hubieras servido de cena a la arpía y entonces, no creo que te hubieses reído tanto.
—Bueno, para eso están los hermanos mayores, ¿no? —Se quedó tan fresco.
—Eres… —Artus se interrumpió sonriendo y moviendo la cabeza—. Anda, vamos a dormir un poco.
—¿No volverá la arpía? —preguntó Nyx algo inquieto.
—Pero, ¿no te parecía tan divertida? —se burló su hemano—. Duérmete de una vez, yo vigilaré.
 
Continuaron su viaje hacia el sur y, pronto, la hierba marchita se convirtió en fina arena de color rojizo.
La marcha resultaba agotadora bajo el ardiente sol del desierto Kalima, pero enseguida localizaron el último templete. El jaspe de sus columnas lanzaba destellos rojizos a la luz del atardecer y después, el resplandor carmesí se intensificó cuando Artus llevó a cabo su encantamiento.
Con la esfera de jaspe en su poder, emprendieron el camino hacia la Biblioteca de Zarauz, el lugar donde el mago averiguaría el paradero del Oryx Negro.
Nyx caminaba detrás de su hermano, con la cabeza inclinada para protegerse del resplandor del sol. De pronto, escuchó una voz conocida que le llamaba y, cuando alzó la cabeza, vio a su madre enfrente de él abriendo los brazos y sonriéndole. <<Acércate, hijo mío, déjame abrazarte>>. El corazón del niño comenzó a palpitar con fuerza. Era imposible, ella había muerto hacía tres años… pero parecía tan real. Tenía las mejillas sonrosadas y el cabello, color caoba, le brillaba bajo la luz del sol. Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y casi sin darse cuenta, comenzó a caminar hacia donde le esperaba su madre.
Artus se volvió al ver que su hermano empezaba a caminar en otra dirección; le llamó pero Nyx no le hizo caso y continuó hacia delante decidido, hasta que el mago le sujetó por el brazo.
—¿Adónde vas?
—Voy con mamá —le miró Nyx con impaciencia—. ¿Es que no la ves?
Artus miró hacia donde señalaba el muchacho.
—No —respondió con suavidad—. Allí no hay nadie. Sabes que nuestra madre está muerta.
—Pero está ahí. Puedo verla, me está haciendo señas con la mano —dijo Nyx desesperado.
—Es sólo una imagen invocada por una esfinge.
—Pero es igual que mamá —insistió el niño.
—La esfinge ha extraído el recuerdo de tu mente para atraerte hacia ella y devorarte —le explicó Artus sujetándole de los brazos y haciendo que diera la espalda a la aparición—. No la mires más.
Nyx entonces, se abrazó a su hermano y empezó a llorar.
—Es que la echo mucho de menos.
—Yo también —dijo en voz baja el mago, frotándole la espalda.
Después de un rato, Nyx se separó, ya más calmado y se secó las lágrimas.
—Ya estoy bien. —Miró a su hermano sonriendo débilmente.
—Muy bien, entonces sigamos adelante. —El mago le pasó el brazo por encima de los hombros y continuaron su camino, sin volver a mirar la imagen de su madre.
 
Una semana después, llegaron a Ladore, una ciudad portuaria llena de marineros y comerciantes, donde las calles eran muy empinadas y las casas tan altas y estrechas como torreones. Los dos hermanos se dirigieron al puerto para buscar un barco que los llevara a Magiz, a través del Mar de Algas.
Después de preguntar en algunas embarcaciones atracadas en el muelle, abordaron una enorme galera de cincuenta remeros y se acercaron a un enano tuerto que estaba sentado junto al timón.
—¿Eres el capitán? —le preguntó Artus.
—Así es.
—¿Viajas hasta Magiz? —inquirió el mago y cuando el enano asintió, sacó su bolsa de monedas—. Quiero dos pasajes.
—Son veinte monedas de oro —sonrió el capitán extendiendo una mano callosa.
—Por ese precio podría comprarme mi propio barco —rezongó Artus.
—Inténtalo si quieres. —Se encogió de hombros su interlocutor—. Pero no te lo aconsejo, si tienes prisa. En esta época del año, los comerciantes son capaces de matar con tal de conseguir algún barco en el que cargar sus mercancías.
—Está bien. —Artus le entregó la cantidad.
—Podéis instalaros junto al mástil y procurad no estorbar.
—Es muy amable, ¿verdad? —Sonrió Nyx con ironía.
—Desde luego. —Rió su hermano.
La travesía transcurría apaciblemente, pero al tercer día, Nyx estaba completamente aburrido. Estaba harto de ver las maniobras de los marineros y de las lecciones de magia de su hermano, así que bajó a la bodega del barco esperando encontrar algo interesante.
Todo el espacio estaba repleto de barriles, cajas de madera y balas de lana y Nyx estaba a punto de irse cuando se fijó en una tenue luz que se filtraba a través de una rendija. Se acercó y vio que detrás de las tablas de madera medio podrida, había otra cámara; empujó uno de los tablones y éste se movió dejando un espacio libre por donde se coló el muchacho.
Dentro de una jaula de barrotes de hierro, estaba tumbado y aparentemente dormido, un tritón. Era alto y musculoso, con la piel plateada y tanto en los antebrazos como en las piernas, tenía una hilera de espinas curvadas y afiladas como dagas. Sus cabellos eran de un color verdoso y los ojos, que abrió en ese instante, del azul intenso de las aguas profundas.
—Dame agua —susurró el tritón con debilidad.
Nyx miró a su alrededor y descubrió un barril lleno de agua, cogió el cacillo y se lo acercó al tritón.
—¿Quién eres? ¿Por qué estás prisionero? —le preguntó el muchacho ayudándole a beber.
—Me llamo Yubar. Hace una semana quedé enredado en una red; hubiera podido escapar fácilmente, pero los marineros me golpearon con los remos hasta dejarme inconsciente. El capitán quiere hacerme luchar en los juegos que van a organizarse en Magiz.
—¡No puede hacer eso! —Se indignó Nyx.
—Claro que puede —le aseguró Yubar—. Nadie piensa impedírselo.
—Yo lo haré. Te sacaré de aquí —afirmó el niño buscando alguna herramienta que le permitiera abrir la jaula.
—¿Y tú quién eres?¿Un grumete? —Le miró el tritón con asombro.
—No soy ningún grumete. Viajo en este barco con mi hermano Artus.
—No creo que tú solo consigas abrir la jaula. Será mejor que te alejes de aquí antes de que venga alguien —le advirtió Yubar preocupado por el chiquillo.
—Si yo no puedo liberarte, lo hará mi hermano. Él es mago, ¿sabes? —dijo Nyx hurgando en la cerradura con un fino alambre.
—¡Vaya, qué tenemos aquí! —exclamó una voz ronca—. Un pequeño entrometido.
Nyx se volvió y se encontró con el capitán y con un corpulento marinero.
—No tienes ningún derecho a tenerlo encerrado. Déjale marchar —dijo el muchacho furioso.
—Y tú no tienes derecho a bajar aquí —respondió el enano haciendo una seña a su compañero.
El marinero cogió a Nyx por el brazo y se lo retorció hasta que el niño gimió de dolor.
—¡Suéltalo! —gritó con furia Artus, que al ver que su hermano no volvía, decidió ir a buscarlo y las voces y los quejidos de Nyx, le guiaron hasta allí.
El mago se acercó al marinero y le golpeó con fuerza haciendo que soltara al chico y cayera al suelo apretándose el estómago con las dos manos. Entonces, el enano desenvainó su daga y avanzó para enfrentarse al hechicero, pero un bandazo del barco hizo que todos perdieran el equilibrio.
—¿Qué demonios…? —gritó el capitán levantándose y avanzando con dificultad debido a las violentas embestidas que zarandeaban la embarcación.
El enano corrió a la cubierta seguido por Artus y Nyx, aunque éste último regresó a la bodega al poco rato.
—Me envía Artus para liberarte —le dijo al tritón mostrándole la llave—. Un enorme kraken está atacando el barco.
—Trata de ayudarme —respondió Yubar subiendo a toda prisa.
Los marineros lanzaban arpones contra el animal, semejante a un pulpo gigantesco, pero el kraken apenas los sentía y continuaba golpeando el casco del barco que empezaba a resquebrajarse. El mascarón, con forma de serpiente marina, estaba roto y el mástil había caído con todos sus aparejos, creando mayor confusión.
—¡Atrás! —gritó el tritón a los marineros que no cesaban de arrojar sus arpones. Luego, se acercó a la borda y gritó unas extrañas palabras al kraken, que soltó el barco y se hundió en las revueltas aguas.
—Debería dejar que hundiera el barco, pero ellos no merecen correr esa suerte —dijo señalando a Artus y Nyx.
El tritón se acercó a los dos hermanos y los abrazó.
—Gracias por todo —dijo Yubar con una sonrisa—. Si alguna vez me necesitáis, acudiré, os lo prometo. —Luego, miró al capitán y a los marineros que lo rodeaban—. ¿Estaréis seguros aquí?
—Sí, no te preocupes. Nada nos pasará —respondió Artus tranquilo.
Entonces, el tritón se lanzó al agua y desapareció entre las olas. El capitán miró a los dos pasajeros con rencor, pero no intentó nada pues se había dado cuenta de que el mago era un hombre muy peligroso y en bastantes malas condiciones estaba ya el barco como para sostener otra pelea a bordo.
De esta forma, el resto del viaje transcurrió con tranquilidad hasta que el octavo día de navegación llegaron a Magiz y desde allí, se encaminaron hacia la Arboleda Prohibida, en cuyo interior estaba oculta la Biblioteca de Zarauz.
—¿Por qué se llama así? —preguntó Nyx cuando supo que se dirigían allí.
—Pues porque está prohibida la entrada a ella a todo el mundo excepto a los magos —respondió Artus con una sonrisa.
—Entonces, yo tampoco puedo entrar —murmuró el muchacho consciente de que no era capaz de pronunciar bien ni un solo hechizo.
—No te preocupes, podrás pasar conmigo —le tranquilizó su hermano.
Efectivamente, Nyx entró en la arboleda sin ningún problema y Artus y él caminaron entre los rectos y plateados troncos de los abedules hasta llegar a un claro bañado por la dorada luz del atardecer. Enseguida se les acercó un fauno, caminando silenciosamente con sus patas de ciervo y mirándoles con unos ojos tan dulces como los de ese hermoso animal.
—¿Qué deseas?
—Quiero entrar en la Biblioteca.
—¿Traes contigo las cinco esferas? —volvió a preguntar el fauno moviendo sus orejas de ciervo.
Artus se las entregó y el fauno se agachó, retiró con las manos la hojarasca y dejó al descubierto un bloque de ámbar en el que estaban grabados los símbolos de la magia: el libro y la redoma. El guardián de la arboleda, colocó las esferas en los cinco huecos existentes en el ámbar, cuatro en las esquinas y el quinto en el centro. Las piedras comenzaron a brillar y el suelo tembló y se resquebrajó; después, la Biblioteca, con sus muros de pórfido azul y las gigantescas puertas de madera de roble, apareció en el claro. Había sido construida mediante la magia por Zarauz, un poderoso mago, muerto hacía ya mucho tiempo, que dedicó su vida a buscar y recoger todos los libros de magia que existían en el mundo y los guardó en esta biblioteca a la que sólo podían acceder los magos.
Dentro del edificio, Artus y Nyx encontraron a otro fauno muy parecido al que habían visto en el exterior.
—¿Qué quieres saber?
—¿Dónde puedo encontrar el Oryx Negro?
El bibliotecario buscó un momento entre los numerosos volúmenes que cubrían las paredes y le entregó al mago un libro muy viejo con las desgastadas cubiertas de un azul desvaído. Artus se sentó en una cómoda butaca y se puso a leerlo detenidamente.
—¿Puedo echar una ojeada por ahí? —preguntó Nyx mirando a su alrededor.
El mago asintió sin levantar la vista del libro y el muchacho comenzó a pasear por las diversas salas que componían la biblioteca, observando la multitud de libros de todos los tamaños y colores. También había muchísimos rollos de pergaminos colocados cuidadosamente en anaqueles y sobre una enorme mesa de caoba estaban extendidos cientos de mapas de todos los lugares imaginables.
—¡Nyx! —le llamó su hermano—. Ya podemos irnos, tengo la información que necesitaba.
—¿Qué es el Oryx Negro? —preguntó Nyx cuando dejaron atrás la arboleda mágica.
—Es el objeto mágico más poderoso que existe —respondió el mago.
—¿Y ya sabes dónde se encuentra?
—Sí, en el volcán Detei —contestó Artus despacio—. Guardado por el dragón Ígneo.
Nyx le miró alzando las cejas.
—¿Cómo se lo vamos a quitar?
Su hermano frunció el ceño.
—No pienso quitárselo —respondió ofendido—. Se lo pediré educadamente.
Nyx soltó una carcajada.
—Y él se disculpará cortésmente por no dejar de ti ni los huesos.
—El dragón Ígneo es sabio y comprensivo. Jamás se comería a un humano.
—Pero tampoco tiene porqué darte su tesoro —recalcó el muchacho con una sonrisa burlona.
—Tú espera y verás —sonrió Artus a su vez.

2 comentarios:

  1. Jajajajaja... ¡¡Ay, Minu!! Lo de pedirle educadamente al dragón su tesoro me ha encantado, Artus es genial ;-p
    Me gusta mucho la naturaleza compasiva de Nyx, es un personaje muy especial.
    Muy buen capítulo.
    Besos

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  2. Gracias, Ana. Qué bien que te haya gustado, voy a ver si puedo poner pronto lo que me queda y empezar con otra historia que ya tengo en papel. Besoss.

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