Me pareció que acababa de dormirme cuando los ladridos de un perro
me despertaron. Miré el despertador. Eran las seis de la mañana, demasiado
temprano para levantarme así que me di la vuelta para volver a dormir, pero los
ladridos del perro de abajo parecían rabiosos, desesperados y comencé a tener
miedo. ¿Habría algún ladrón en el edificio? ¿Estaría intentando entrar en los
pisos?
Perdido el sueño,
me levanté y avancé de puntillas por el pasillo sin hacer ningún ruido hasta
que llegué a la puerta y me detuve a escuchar. No se oía nada ahora que, por
fin, el perro se había callado. En silencio, sin encender ninguna luz, me
acerqué más a la puerta y miré por la mirilla. Pude distinguir un leve
resplandor procedente de la ventana de la escalera que permitía vislumbrar
difusas siluetas.
De pronto, el
corazón comenzó a latirme con rapidez pues al lado de mi puerta había una
sombra mucho más oscura que el resto. ¿Qué podía ser? Mi imaginación se disparó
y pensé en una persona agazapada en
completa inmovilidad, un psicópata aguardando en la oscuridad a que abriera la
puerta para atacarme con un enorme cuchillo.
Permanecí un largo
rato mirando por la mirilla, pero la sombra no se movió. Por fin me aparté un
poco y me quedé sobre la alfombra sin saber qué hacer. Empezaba a sentir frío
pero no podía irme a la cama porque estaba segura de que en cuanto me acostara,
el psicópata que se agazapaba en la oscuridad abriría la puerta de mi casa.
Si algún vecino
encendiera la luz de la escalera podría ver qué era ese bulto oscuro junto a mi
puerta, pero nadie se levantaba tan temprano. Me deslicé sigilosamente hasta mi
cuarto para mirar el reloj. Las seis y cuarto. Volví a la entrada y me asomé de
nuevo a la mirilla. La sombra continuaba en el mismo lugar. Era imposible que
alguien estuviera tan quieto durante tanto tiempo, me dije a mí misma pero me
resistía a alejarme de allí. Ojalá se encendiera la luz de la escalera. ¿Es que
nadie trasnochaba en el edificio? Podría abrir la puerta y así vería que no
había nadie y podría irme a la cama de una vez. Pero, y si de verdad había
alguien esperando con infinita paciencia a que yo hiciera eso precisamente.
Porque lo cierto era que al lado de mi puerta había una sombra más oscura que
las demás. No, tarde o temprano, alguien encendería la luz.
El tic-tac del
reloj del salón cada vez sonaba más fuerte y los latidos de mi corazón se
acompasaron a ese ritmo llegando a ser casi dolorosos. Las seis y veinte.
Destapé la mirilla y me apoyé en la pared para esperar sin quitar los ojos de
la abertura confiando en que brotase la luz por ella.
Por fin a las seis
y media la luz de la escalera se encendió y me abalancé a mirar por la mirilla.
Tal y como esperaba, el rellano estaba vacío y me reí de lo tonta que había
sido. Poco después vi bajar al vecino del quinto con su perro y sentí un
profundo agradecimiento hacia el chucho que había despertado tan temprano a su
dueño. Luego, me metí en la cama suspirando de satisfacción, aún podría dormir
un ratito antes de levantarme para ir al trabajo. Lo último que pensé antes de
quedarme dormida fue: ¿por qué había una sombra tan oscura junto a mi puerta y
no en la de al lado o en la de enfrente?
Cuando sonó el
despertador me levanté a regañadientes, me arreglé y desayuné a toda prisa como
siempre y me dispuse a salir volando hacia el trabajo. Abrí la puerta y allí
estaba la sombra. Era tal y como yo lo había imaginado: alto, encapuchado y con
un cuchillo enorme que clavó profundamente en mi pecho.
Hola Minu, confieso que me atrajo la fotografía de la mirilla y después de haber leído el cuento, con impaciencia, me ha gustado. Con un final que me temía, pero muy bueno.
ResponderEliminarHola, Paqui: Me alegro de que te haya gustado, no es gran cosa, pero me pareció adecuado para una fecha como hoy. Besoss.
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