Hace mucho tiempo, cuando era niño me sucedió algo que jamás podré
olvidar. Aunque han transcurrido demasiados años desde entonces, estoy seguro
de que fue real y no una fantasía de mi mente infantil.
Tenía siete años y mis
padres debían viajar fuera de España, así que me quedé con mis abuelos. La casa
donde vivían era muy grande y antigua y por las noches, pasaba mucho miedo pues
los suelos de madera crujían y a mí me parecían pisadas que subían la escalera
y llegaban hasta mi habitación.
Cuando lo contaba
en el desayuno, mi abuelo se reía y decía que era normal que la madera vieja
hiciera esos ruidos y, en esos momentos, yo le creía, pero al llegar la noche,
olvidaba todas sus explicaciones.
En la tercera noche
que pasaba allí, mis pesadillas se hicieron realidad al ver cómo la puerta de
mi cuarto comenzaba a abrirse lentamente. Aferré las mantas y me tapé la cabeza
con ellas, aunque dejé una pequeña abertura para poder mirar.
Alguien avanzaba
hacia mi cama con un pequeño farol y yo permanecí completamente inmóvil, sin
atreverme siquiera a respirar. Sin embargo, cuando se acercó un poco más, vi
que se trataba de un niño de mi edad y el miedo se desvaneció.
- ¿Quién eres? - le
pregunté intrigado.
El muchacho se
llevó un dedo a los labios para que guardara silencio y dejó el farol encima de
la mesilla.
- No hables tan
alto. Me llamo Juan. ¿Y tú?
- Yo soy Alberto.
¿Qué haces aquí?
- Eso es un
secreto. Prométeme que no le dirás a nadie que me has visto.
- Lo prometo, pero
¿por qué te escondes?
- Porque he hecho
algo malo y si me descubren, me castigarán.
Al oír estas
palabras, en seguida me solidaricé con él y quise ayudarle.
- ¿Cuál es tu
escondite?
- La buhardilla.
Nadie sube allí nunca.
- Si quieres subiré
para llevarte comida.
Juan sonrió pero
negó con la cabeza.
- No hace falta,
tengo muchas reservas. Además alguien podría verte y entonces me descubrirían.
Yo bajaré por las noches y conversaremos.
Ya no volví a tener
miedo, pues esperaba con impaciencia la visita de mi amigo. Juan me contaba
historias muy emocionantes, jugábamos a las adivinanzas o yo le contaba cosas
sobre mis padres que escuchaba fascinado. Él, en cambio, jamás me hablaba de su
familia ni de su vida, pero eso carecía de importancia para mí.
Yo me sentía feliz
por tenerle como amigo y me emocionaba que hubiera confiado en mí para guardar
su secreto. Por eso, me decía continuamente a mí mismo, que nadie lograría
jamas que lo revelase.
Un día, sin
embargo, le desobedecí y subí a la buhardilla porque quería compartir con él un
trozo de pastel que había hecho la abuela. Esperé a que se fueran los dos a dar
un paseo y subí, pero Juan no estaba allí.
Le busqué por todos
los rincones y le llamé en voz baja hasta que me convencí de que el desván estaba
vacío. Entonces, me puse a mirar las cosas viejas que se guardaban allí:
espejos estropeados por la humedad, baúles llenos de ropa, cacerolas y frascos
de cristal.
Por fin, rebuscando
en un viejo escritorio, di con algo que me llamó la atención. Se trataba de un
pequeño marco de plata que guardaba una fotografía de Juan. Me extrañó que la
foto pareciera muy antigua, pero estaba tan contento por tener un recuerdo de
mi amigo cuando regresara a casa que no le presté mucha atención.
Guardé la fotografía
en el cajón de mi mesilla y cuando Juan vino por la noche, no se la mencioné
porque temí que se burlara de mi sentimentalismo. De todas formas, intenté que
me hablara un poco sobre él, pero se negó en redondo.
- Si tratas de
averiguar algo sobre mí, nuestra amistad tendrá que acabar - me dijo y yo no
volví a mencionar la cuestión.
Sin embargo, una
mañana que estaba desayunando en la cocina, apareció mi abuela con el retrato
de Juan en la mano.
- ¿Dónde lo has
encontrado? - me preguntó asombrada.
- Por ahí - le
contesté evasivamente. Pero no pude reprimir la tentación de saber algo más
sobre él y pregunté:
- ¿Le conoces?
- Sí. Era el
hermano de mi abuelo.
Me quedé
petrificado. Eso era imposible, pero ella parecía tan segura…
- Desapareció
cuando tenía más o menos tu edad. Jugando con una pelota rompió un valioso
jarrón y al principio, todos pensaron que se escondía para que no le
castigaran, pero el tiempo pasó y él jamás regresó.
Una sospecha
horrible cruzó por mi mente y dejando a mi abuela con la palabra en la boca,
corrí al desván. Moví todos los trastos hasta que di con una rendija que había
entre dos vigas pues recordaba haberla visto el otro día.
Era tan estrecha
que me habría sido casi imposible penetrar en ella. Sin embargo, introduje la
mano y toqué algo alargado y duro, que inmediatamente identifiqué con un hueso.
Entonces comprendí
que mis sospechas eran ciertas. Seguramente, Juan se escondió ahí para escapar
del castigo y se quedó atrapado. Si alguien subió a buscarlo allí, probablemente,
el niño ya estaría exhausto por el esfuerzo de intentar salir y no tuvo fuerzas
ni para hablar.
Cuando le conté mi
suposición a la abuela, ella estuvo de acuerdo conmigo y poco después la vi
llorar en silencio. De las visitas nocturnas no dije nada porque sabía que
nadie me creería.
Esa noche aguardé a
Juan medio asustado, medio emocionado por lo que había descubierto, pero él no
vino. Entonces recordé sus palabras: “si averiguas algo sobre mí, nuestra
amistad terminará”. Me sentí muy triste porque era el mejor amigo que había
tenido nunca y aunque le esperé noche tras noche, jamás volví a verlo.
Ay Minu. Qué bonito relato. Me ha gustado muchísimo ¿puedes creerme cuando te digo que he llorado como una magdalena por el destino de este niño? Me has emocionado como ningún libro lo había hecho en mucho tiempo.
ResponderEliminarHola, Paqui. Me alegro mucho de que te haya emocionado tanto, se me ocurrió una noche que me pareció oír pasos en el desván. Besoss.
ResponderEliminarHola, Minu. este cuento me a gustado mucho. Es una pena que el niño muriera, pero me encanto y to también llore.
ResponderEliminarGracias por compartir Minu.
Besosssss
Hola, Mª Luisa, me alegro mucho de verte por aquí y que te haya gustado el cuento. Espero que leas más historias porque me gustaría saber tu opinión, besos.
EliminarOhh, Minu, que historia tan triste, ahora mismo tengo un nudo en la garganta por el destino del pobre niño y al pensar lo que tuvo que pasar el chico, lo aterrado que estaría al ver que no podía salir de dónde se escondió y cómo lentamente iría perdiendo las fuerzas hasta que al final expirara su último aliento.
ResponderEliminarGracias por compartir tus relatos con nosotr@s.
Besosss