jueves, 23 de abril de 2015

EL BÚHO

 
La luna se alzó lentamente en el firmamento haciendo palidecer, con su brillo, a las lejanas estrellas. Su difusa luz creaba sombras oscuras y amenazadoras en los árboles del bosque, pero la figura delgada que se movía entre ellos, no tenía miedo.
          Como tantas otras noches, Susana caminó sigilosamente entre los olmos y los abedules, acariciando las suaves plumas del búho que llevaba sobre su hombro. El ave era su compañero más fiel, su confidente, el único ser al que revelaba sus más íntimos anhelos, el único en quien confiaba totalmente y por eso, nunca se separaba de él.
          La joven continuó su camino, escuchando los ruidos de los animales nocturnos escabulléndose a su paso y envuelta en el dulce olor de la tierra húmeda. Y, por fin, cuando el sol apenas se había alzado por encima de las montañas, llegó a casa. Y allí la esperaba un joven apuesto y elegantemente vestido.
          - ¿Qué deseas? - le preguntó Susana.
          - Hace tiempo que te observo y deseo que seas mi esposa.
          Susana movió la cabeza y el brillo de sus cabellos rivalizó con la torques de oro que rodeaba su garganta.
          - No te apresures en rechazarme - dijo el joven -. Me llamo Marcos y poseo las más fabulosas riquezas. Si te casas conmigo, tuyo será todo cuanto hayas podido imaginar.
          Marcos metió la mano en su morral y sacó un brazalete de plata y turquesas y una fíbula de oro. En el fondo de la bolsa Susana alcanzó a ver collares de perlas y esmeraldas, anillos y pendientes de plata, rubíes… pero sonrió y volvió a negar con la cabeza.
          - No son riquezas lo que deseo.
          - Permíteme ofrecerte, entonces, este regalo. - El joven levantó el paño que cubría un objeto que tenía a sus pies y descubrió una jaula de oro en la que se removía inquieta una oropéndola de plumas tan amarillas como los rayos del sol.
          - Así es como me ves, ¿verdad? Un mero adorno para tu casa. Rodeada de lujo pero prisionera como la oropéndola.
          - No, espera…
          - Aléjate de mí y no vuelvas nunca más.
          El búho alzó el vuelo y aleteó frente a la cara de Marcos amenazándolo con las garras hasta que el joven retrocedió.
          Una semana después, un nuevo pretendiente acudió a casa de Susana. Era alto y musculoso y todo él transmitía un aire marcial.
          - Hermosa Susana, deseo que seas mi esposa.
          - ¿Y por qué iba yo a desear lo mismo?
          - Porque te ofrezco poder. Podrás gobernar sobre cientos de personas y en tus manos estarán sus vidas.
          Susana lo miró fijamente con sus ojos del color de la hiedra y luego negó.
          - Estás equivocado. No ansío el poder.
          Miró al azor posado sobre el puño de León, con la cabeza cubierta por una caperuza y atado con traíllas.
          - Él también es poderoso, pero sus patas están trabadas y sus ojos cegados. ¿De qué le sirve el poder si sólo lo utiliza para tu placer? No, no deseo casarme contigo ni decidir sobre las vidas de otros. No eres tú aquél a quien espero - dijo Susana. Luego señaló al búho posado, como siempre, sobre su hombro -. Prefiero que él continúe siendo mi único compañero.
          Y una vez más, éste proyectó sus afiladas garras sobre el rostro del joven pretendiente y le ahuyentó.
          Pasaron los meses y cuando los lirios comenzaban a florecer y las cerezas se tornaban granas, otro joven vino a ver a Susana.
          - ¿Querrías ser mi esposa?
          La muchacha le miró atentamente. Sus cabellos negros brillaban como la obsidiana, sus ojos tenían el color de los campos y su sonrisa invitaba a sonreír con él.
          - ¿Qué me ofreces para que acceda a tu petición - sonrió Susana.
          - Te ofrezco mi amor.
          - ¿Acaso me amas sin conocerme? No lo creo.
          - ¿No crees posible que te ame sólo con verte?
          - No, porque entonces sólo amarías mi cuerpo y eso, tan sólo, no soy yo.
          - Pero es que no amo únicamente tu belleza. He mirado al fondo de tus ojos y he descubierto tu alma. Mírame a los ojos y descubrirás la mía.
          Susana le miró un momento pero luego desvió la vista. No iba a dejarse convencer tan fácilmente.
          - ¿No me has traído un regalo? - le sonrió con ironía -. Poco aprecio te inspiro.
          Esteban abrió, entonces, las manos y le mostró una golondrina acurrucada entre ellas. Susana se acercó, pero antes de que pudiera tocar al pájaro, Esteban le lanzó al aire y éste se alejó volando con rapidez.
          - Un ser capaz de gozar de la inmensidad del cielo, libre y a su antojo, no merece ser prisionero.
          La joven inclinó la cabeza indicando su asentimiento y le miró de nuevo con intensidad.
          - Dices que me amas, pero ¿cómo sé que eres sincero?
          Esteban miró al búho, al que Susana estaba acariciando, y sonrió.
          - Es tu amigo, ¿confías en él?
          - Sí - respondió la joven sin dudar, aunque le miró extrañada.
          Esteban alzó el brazo y, ante la asombrada mirada de Susana, el búho se alejó de ella para posarse suavemente en el puño de él.
          - ¿Has visto? Está de mi parte - dijo el joven y rió con esa risa suya tan contagiosa.
          Susana comenzó a sonreír poco a poco y finalmente se unió a la alegre risa de él.
          - Muy bien. No sé si llegaré a amarte… pero podemos intentarlo.
          Esteban abrió los brazos y la estrechó contra su pecho y después de un momento, Susana pasó suavemente sus brazos en torno a él y apoyó la cabeza en su hombro.
          - Una vez amé y fui desdichada. Creí que jamás volvería a intentarlo. Que no sería capaz de entregarme totalmente a nadie de nuevo pero quizá estaba equivocada - dijo sonriéndole con dulzura.
          - Yo jamás te haré daño. Tú y yo seremos un sólo ser y nada ni nadie logrará separarnos.
          Entonces, Susana lo tomó de la mano y lo condujo lentamente hacia la casa. Por fin había encontrado a un hombre por el que valdría la pena arriesgarse, abrirle su corazón y amarle sin freno ni ataduras. Ahora podía entregarse al amor sin miedo a resultar herida, porque confiaba en él y también en su compañero, el búho.

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