La luna se alzó
lentamente en el firmamento haciendo palidecer, con su brillo, a las lejanas
estrellas. Su difusa luz creaba sombras oscuras y amenazadoras en los árboles
del bosque, pero la figura delgada que se movía entre ellos, no tenía miedo.
Como tantas otras noches, Susana
caminó sigilosamente entre los olmos y los abedules, acariciando las suaves
plumas del búho que llevaba sobre su hombro. El ave era su compañero más fiel,
su confidente, el único ser al que revelaba sus más íntimos anhelos, el único
en quien confiaba totalmente y por eso, nunca se separaba de él.
La joven continuó su camino,
escuchando los ruidos de los animales nocturnos escabulléndose a su paso y
envuelta en el dulce olor de la tierra húmeda. Y, por fin, cuando el sol apenas
se había alzado por encima de las montañas, llegó a casa. Y allí la esperaba un
joven apuesto y elegantemente vestido.
- ¿Qué deseas? - le preguntó Susana.
- Hace tiempo que te observo y deseo
que seas mi esposa.
Susana movió la cabeza y el brillo de
sus cabellos rivalizó con la torques de oro que rodeaba su garganta.
- No te apresures en rechazarme - dijo
el joven -. Me llamo Marcos y poseo las más fabulosas riquezas. Si te casas
conmigo, tuyo será todo cuanto hayas podido imaginar.
Marcos metió la mano en su morral y
sacó un brazalete de plata y turquesas y una fíbula de oro. En el fondo de la
bolsa Susana alcanzó a ver collares de perlas y esmeraldas, anillos y
pendientes de plata, rubíes… pero sonrió y volvió a negar con la cabeza.
- No son riquezas lo que deseo.
- Permíteme ofrecerte, entonces, este
regalo. - El joven levantó el paño que cubría un objeto que tenía a sus pies y
descubrió una jaula de oro en la que se removía inquieta una oropéndola de
plumas tan amarillas como los rayos del sol.
- Así es como me ves, ¿verdad? Un mero
adorno para tu casa. Rodeada de lujo pero prisionera como la oropéndola.
- No, espera…
- Aléjate de mí y no vuelvas nunca
más.
El búho alzó el vuelo y aleteó frente
a la cara de Marcos amenazándolo con las garras hasta que el joven retrocedió.
Una semana después, un nuevo
pretendiente acudió a casa de Susana. Era alto y musculoso y todo él transmitía
un aire marcial.
- Hermosa Susana, deseo que seas mi
esposa.
- ¿Y por qué iba yo a desear lo mismo?
- Porque te ofrezco poder. Podrás
gobernar sobre cientos de personas y en tus manos estarán sus vidas.
Susana lo miró fijamente con sus ojos
del color de la hiedra y luego negó.
- Estás equivocado. No ansío el poder.
Miró al azor posado sobre el puño de
León, con la cabeza cubierta por una caperuza y atado con traíllas.
- Él también es poderoso, pero sus
patas están trabadas y sus ojos cegados. ¿De qué le sirve el poder si sólo lo
utiliza para tu placer? No, no deseo casarme contigo ni decidir sobre las vidas
de otros. No eres tú aquél a quien espero - dijo Susana. Luego señaló al búho
posado, como siempre, sobre su hombro -. Prefiero que él continúe siendo mi
único compañero.
Y una vez más, éste proyectó sus
afiladas garras sobre el rostro del joven pretendiente y le ahuyentó.
Pasaron los meses y cuando los lirios
comenzaban a florecer y las cerezas se tornaban granas, otro joven vino a ver a
Susana.
- ¿Querrías ser mi esposa?
La muchacha le miró atentamente. Sus
cabellos negros brillaban como la obsidiana, sus ojos tenían el color de los
campos y su sonrisa invitaba a sonreír con él.
- ¿Qué me ofreces para que acceda a tu
petición - sonrió Susana.
- Te ofrezco mi amor.
- ¿Acaso me amas sin conocerme? No lo
creo.
- ¿No crees posible que te ame sólo
con verte?
- No, porque entonces sólo amarías mi
cuerpo y eso, tan sólo, no soy yo.
- Pero es que no amo únicamente tu
belleza. He mirado al fondo de tus ojos y he descubierto tu alma. Mírame a los
ojos y descubrirás la mía.
Susana le miró un momento pero luego
desvió la vista. No iba a dejarse convencer tan fácilmente.
- ¿No me has traído un regalo? - le
sonrió con ironía -. Poco aprecio te inspiro.
Esteban abrió, entonces, las manos y
le mostró una golondrina acurrucada entre ellas. Susana se acercó, pero antes
de que pudiera tocar al pájaro, Esteban le lanzó al aire y éste se alejó
volando con rapidez.
- Un ser capaz de gozar de la
inmensidad del cielo, libre y a su antojo, no merece ser prisionero.
La joven inclinó la cabeza indicando su
asentimiento y le miró de nuevo con intensidad.
- Dices que me amas, pero ¿cómo sé que
eres sincero?
Esteban miró al búho, al que Susana
estaba acariciando, y sonrió.
- Es tu amigo, ¿confías en él?
- Sí - respondió la joven sin dudar,
aunque le miró extrañada.
Esteban alzó el brazo y, ante la
asombrada mirada de Susana, el búho se alejó de ella para posarse suavemente en
el puño de él.
- ¿Has visto? Está de mi parte - dijo
el joven y rió con esa risa suya tan contagiosa.
Susana comenzó a sonreír poco a poco y
finalmente se unió a la alegre risa de él.
- Muy bien. No sé si llegaré a amarte…
pero podemos intentarlo.
Esteban abrió los brazos y la estrechó
contra su pecho y después de un momento, Susana pasó suavemente sus brazos en
torno a él y apoyó la cabeza en su hombro.
- Una vez amé y fui desdichada. Creí
que jamás volvería a intentarlo. Que no sería capaz de entregarme totalmente a
nadie de nuevo pero quizá estaba equivocada - dijo sonriéndole con dulzura.
- Yo jamás te haré daño. Tú y yo seremos
un sólo ser y nada ni nadie logrará separarnos.
Entonces, Susana lo tomó de la mano y
lo condujo lentamente hacia la casa. Por fin había encontrado a un hombre por
el que valdría la pena arriesgarse, abrirle su corazón y amarle sin freno ni
ataduras. Ahora podía entregarse al amor sin miedo a resultar herida, porque
confiaba en él y también en su compañero, el búho.
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