Más allá de la montaña más alta, más allá del océano más profundo,
vivía una muchacha diferente a los demás. No era más alta, ni más baja que las otras
muchachas. Tampoco su cabello era demasiado claro, ni demasiado oscuro. Lo que
la diferenciaba y causaba desaprobación entre todos, es que amaba los libros. Y
en aquel lugar apartado del mundo, los libros se consideraban peligrosos,
incluso nocivos para los jóvenes.
Los pocos ejemplares que habían llegado a tan
lejanas tierras, fueron examinados por los gobernantes que desaconsejaron su
lectura e impidieron su importación. Pero, Calíope, que así se llamaba la
extraña muchacha, encontró uno de ellos en una tienda de baratijas y, llevada
por la curiosidad, lo leyó. Desde entonces no pudo dejar de leer. Viajó por
todo el país, buscando de tienda en tienda más libros que añadir a su colección
y no le importó que sus amigos e incluso su familia le dieran de lado.
Con el tiempo, los
libros fueron prohibidos y Calíope tuvo que comprarlos en el mercado negro y
leerlos a escondidas. Y cuando ya no hubo más libros porque todos fueron
destruidos, ella misma los escribió.
Un amigo al que creía
leal, la traicionó y fue encarcelada. En su pequeña celda no tenía papel ni lápiz,
ni siquiera una tiza con la que poder escribir en las paredes. Sin embargo,
nadie podía poner freno a su imaginación y Calíope inventó miles de historias
que guardó en su memoria.
Cuando salió de la
prisión, se fue a vivir a una casa de campo alejada del mundo y allí escribió
todo lo que había imaginado durante sus años de encarcelamiento. Escribió
montañas de papeles que llegaron a ocupar todas las habitaciones de su casa y
que, al morir, sirvieron de alimento a las polillas.
Estas polillas,
cuando terminaron de comerse todas las obras de Calíope, salieron de la casa y
se desperdigaron por todo el país y todas aquellas personas a las que rozaron
con sus finas alas, sintieron la imperiosa necesidad de escribir una historia
que les había venido a la cabeza sin saber por qué. Y cada vez hubo más y más escritores, hasta
que al final, los mismos gobernantes que prohibieron los libros, se
convirtieron en escritores y mandaron erigir cientos de bibliotecas para que
guardaran todas sus obras. Y en todas estas bibliotecas se puso una placa con el
nombre de Calíope, la primera escritora que vivió allí.
Esto no es de terror pero me da un poco de mala espina! Te imaginas cientos de polillas por ahi atacandonos? bua
ResponderEliminarBueno pero lo que interesa es el mensaje del relato y me parece muy bonito, no se puede parar la creatividad ni lo intenten!!
No, no es de terror, aunque sería terrorífico que prohibieran los libros, jajaja. Besos.
EliminarHola, Minu!
ResponderEliminarLa historia, es hiperbreve, pero ha estado bien, me ha gustado. A mi no me dan dentera las polillas como a Saito, jajjaja, además no me importaria que una de esas polillas de la historia rozaran sus alas sobre mi, no sería ningún problema en absoluto, jajajaja.
Gracias por compartir con nosotros tus lindas creaciones.
Que tengas una muy buena semana.
Besosss
Hola, Ross, me alegra que te haya gustado, y menos mal que no tienes manía a las pobres polillas, jajaja. Besoss.
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ResponderEliminarHola, Billy, gracias por comentar. A Saito ya le dije que no eran las mismas polillas que se comen la ropa, jajaja. Besoss.
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